EDGARDO

El aroma de nuestro amor

Dunia de los Ángeles, mi tierra y mi pan,
tu nombre es secreto que el alma ha de guardar.
Cuando la noche su sombra derrama al trigal,
tu risa es la fuente que empieza a brotar.
No juré en estrofas, juré en surcos hondos:
en el barro que asciende, cual fuerte rodilla,
cuando el maíz sembramos, en otoños redondos,
y en el agua que canta, por la quieta acequia.
Nuestro amor es tierra que el riego ha mojado,
es la leña que cruje al golpe del hacha,
el temblor del cordero que al mundo ha llegado,
la canción que repiten las hojas del álaga.
Y en la mesa tendida, un aroma sutil,
las humitas al vapor, un festín familiar.
Contigo compartirlas, dulzura sutil,
sabor de la tierra, que logra hermanar.
El café de la tarde, de tono moreno,
en tus manos la taza, mi cálido bien.
Bebemos unidos, con afecto sereno,
mientras la charla fluye, sin ningún vaivén.
La familia reunida, de afectos un lazo,
tus ojos buscando los míos, sin sombra o pesar,
un respeto profundo, que vence al ocaso,
un amor que en su esencia, no sabe fallar.
Prometo tu frente, cual alto cielo azul,
tus manos que amasan, con suave primor,
las tortas de trigo, cual lunas de tul,
que en el rescoldo brillan con cálido fulgor.
Y cuando la muerte nos una en su granero,
seremos dos espigas danzando ligero.
Tu nombre hoy bendigo, al cielo doy gracias,
por tenerte a mi lado, de suaves fragancias,
por el café que inunda mis claras mañanas,
por ser raíz y trigo, dulzura sin saña.
Bendito por Dios y la lluvia que cae,
que nutre la tierra donde echamos raíz,
por los hijos del viento, que el aire nos trae,
por el musgo que cubre, la antigua cicatriz.
Mi amor, mi respeto, mi eterna lealtad,
en cada humita, con nuestra unidad familiar,
en el sorbo de café, con dulce verdad,
mi fidelidad contigo, por siempre ha de estar.