Me dolía.
Te lo dije.
Me moría un poco cada día
y tú seguías como si yo no estuviera muriendo a tus pies.
Hasta que decidí no rogar.
Hasta que el espejo me dijo tu nombre y lloré,
porque no era mío, nunca lo fue.
Solo era una visitante en tu mundo,
una distracción bonita que supo amar demasiado.
Y aunque me prometiste no irte,
te fuiste igual,
dejándome en el mismo abismo
donde ya había aprendido a respirar sin tener aire.
Pero esta vez, no me ahogué.
Esta vez, me salí del mar
y me abracé y nunca más me volví a soltar.