Ivette Urroz

La Estrella de Pupilas Abiertas

La estrella —de muebles sin consuelo—

pellizca mi piel sobre el ataúd del abandono.

Guijarros traslúcidos

sostienen mi calma temblorosa,

entre el bullicio de las llamas

y los horizontes agotados de mi ser,

demasiado cerca de mis pupilas abiertas

que ven mi mundo al revés.

Lejos, anidan los restos de la búcara memoria,

cadáveres de suspiros varados que me arrastran

hacia el borde seco de mis océanos.

Los zorzales humildes alzaron torres

en la vieja sequedad de mi pecho.

Hoy despliegan sus alas afiladas,

gimen su ascenso hacia la altura,

igual que mi cuerpo erikeo, vulnerable, entre las ruinas.

Ahora, las llamas se rebelan

frente a la estrella herniada de música huérfana,

y yo, perdida entre las sombras de los zorzales,

ruego abrigo en el temblor de sus cantos.

El arco iris encuadernado devuelve mis temores

contra las montañas inmóviles.

Los tréboles —rasurados, dispersos—

son lámparas de fuego frío que me acechan,

mientras mis labios, sedientos,

aprenden a beber la ternura del rocío,

—último refugio de lo que aún late—

Ivette Mendoza Fajardo