José Antonio Artés

LA COSTUMBRE DE NO VER

En estos días tan llenos de ruido,
muchos caminan sin saber que están perdidos.
No preguntan. No tropiezan.
Solo siguen,
como si andar bastara para llegar a algún sitio.

 

No llevan bastón. No miran los escaparates.
Parece que observan, pero no se fijan.
La costumbre les sirve de brújula.
Y el miedo, de calendario.

 

La ciudad, mientras tanto,
se llena de señales que nadie lee,
de noticias que se evaporan antes de tocar el oído,
de palabras con fecha de caducidad.

 

La gente va y viene,
con los ojos abiertos, pero que no miran.
Quizás porque mirar duele,
o porque es más fácil seguir el paso de los otros
que detenerse a pensar por qué se camina.

 

El hombre, ese ciego sin saberlo,
ha aprendido a no escuchar lo que incomoda.
El agua cae como si el cielo llorara a escondidas,
pero él la confunde
con un murmullo sin nombre.

 

Y ahí sigue,
rodeado de voces disfrazadas de certezas,
caminando sobre caminos ya borrados,
bajo un sol que ya no calienta,
como sombras que se creen cuerpos,
en un mundo que ya no se deja tocar.

 

Pero algo, en lo más hondo,
empieza a incomodar.

 

José Antonio Artés