fueron todos
como se va la lluvia
cuando más la necesito.
Quedaron las tazas sin labios,
las puertas que ya no crujen,
los abrazos colgando de percheros vacíos.
No grité,
no lloré,
pero el silencio
se partió en mil pedazos.
A veces,
me asomo al borde del recuerdo
y me dejo caer
solo para ver si alguien me sostiene.
Pero nadie.
Solo el eco,
ese fantasma que repite
lo que nunca debí decir.
Y aquí estoy,
con la tristeza hecha manta,
el alma sin calcetines,
esperando una voz
que no me olvide del todo.