Hay días en los que no pasa nada…
y, sin embargo, sucede todo.
Uno entra en un bar para ver un partido de fútbol,
una excusa, un rincón donde enterrar el tiempo.
Y, de pronto —sin aviso—
el tiempo se deja vivir.
Algunos poemas nacen
de esas tardes sin nombre,
donde la poesía no se escribe:
se encuentra.
En una conversación,
en un gesto,
en la mirada amable de un desconocido
que aplaude sin saber tu nombre,
pero comprende tu voz.
Porque hay vivencias que no buscan ser importantes,
pero se quedan.
Y, con suerte,
se convierten en versos,
sin que nadie logre explicarlo.
Las vivencias más hermosas
no entienden de planes,
solo esperan pacientes
a que alguien, al fin,
se detenga a mirar.
José Antonio Artés