I
Recuerdo el último beso,
el último abrazo.
Te dije que te amaba tanto…
Me arranqué el corazón de cuajo,
sin dolor, sin llanto.
Lo puse en tu pecho
y le eché tierra encima para sepultarlo.
Estoy arruinado hasta los huesos;
ahora ando que no ando:
soy el árbol del campo yermo,
la raíz del fruto amargo.
II
Siento que mi alma
es como la piel de los ancianos.
Aquí me haces falta,
en mis ojos te dibujo y me engaño.
Ayer, como hoy y mañana… en vano.
El aire de la noche es apretado,
la luz es negra como el ojo del muerto.
Sin embargo, cuando te pienso,
me inunda el amor y florezco
como un cerezo repleto de pájaros.
III
La tierra me trajo tu contacto:
estás hecha de hierbas y de barro,
de todo el universo para mi cuerpo,
de arcilla esperando por tus manos.
—Siempre estás en mis labios,
y te beso cuando te extraño—.
IV
Los días se han fragmentado
como un vidrio de un martillazo.
He recogido los pedazos
que han quedado en el suelo
y recreé tu rostro en un portarretratos.
Quién sabrá cuándo
me llevará la muerte de un aletazo
y en el susurro de Dios
te encuentre a mi lado.
—Felicio Flores.