El Dolor es un incendio íntimo que tiene dos Fuegos”
El cuerpo gime su queja con voz sorda, como un animal herido que no entiende por qué la garra le ha rasgado la carne.
El dolor físico es puntual, punzante, preciso.
Se instala en una vértebra, una articulacion, en una costilla, en el músculo que ya no quiere obedecer.
Te recuerda que estás vivo en la forma más cruel.
Te duele un brazo y sabes que tienes brazo; te duele la espalda y sabes que llevas demasiado peso.
Es el tambor que late desde dentro, anunciando que algo ha ido mal, pero que aún respiras.
El otro dolor, sin embargo, no tiene centro.
No lo encuentras en una radiografía.
No se puede palpar ni medir ni señalar.
El dolor del alma es una niebla que se extiende por dentro y por fuera, como una marea negra que no conoce bordes.
Te levantas con él adherido a la piel, y te acuestas con él anidado en los huesos.
Es el silencio que se sienta contigo a la mesa, que te mira desde el espejo, que se ríe bajo el agua cuando tratas de llorar.
El primero pide reposo, medicamento, cuidado.
El segundo exige respuestas que no existen, sentido donde no hay más que vacío.
El físico grita; el espiritual susurra y a veces lo que más duele es ese murmullo constante, ese “¿Para qué?” que taladra en lo hondo sin una sola gota de sangre.
Pero hay belleza incluso en el dolor, si uno sabe mirar.
Porque ambos, el que quema por fuera y el que corroe por dentro, son la confirmación de que sentimos, de que estamos, de que algo en nosotros aún quiere luchar.
Que bajo las ruinas de nuestro Ser, todavía late un corazón que no se ha rendido del todo.
Y acaso, sólo acaso, allí empieza esa misteriosa Esperanza.
Mael Lorens
Abril 2025