Salgo a mirar el paisaje de los campos estériles,
que recortan como un cuchillo el azul del horizonte.
Me hieren los cantos estridentes de las cigarras,
que celebran su breve vida en el monte sin saberlo.
Voy andando detrás de minutos que se escapan,
inmóvil como un árbol, pero con la mente enloquecida.
Mis pies están clavados en este Caribe que me consume
mientras mi pensamiento huye como un animal herido.
Descubro, entre el humo de los montes y mis delirios,
que los hombres que se creen puros e impolutos
terminan igual que yo: contemplando el ocaso,
con las manos vacías y el alma llena de remordimientos.
Las cigarras cantan sin saber que morirán mañana.
Yo escribo estos versos sabiendo que nadie los leerá.
En este monte abandonado por los dioses,
solo quedamos la razón, las cigarras y yo.