I
Era un ladrón de sombras,
un viajero del polvo y las esquinas,
con las manos sucias de mundo
y el alma como un cuenco agrietado.
Nadie lo esperaba.
Ni los ángeles se sabían su nombre.
II
A la hora en que el sol se tambalea,
cuando el Gólgota respira sangre y nubes,
él miró de reojo al Justo
y en sus pupilas vio
una puerta entreabierta
al otro lado del abismo.
III
No pidió milagros,
ni bajar del madero,
solo una grieta en la eternidad,
un rincón en la memoria del Cordero.
Un susurro bastó:
\"acuérdate de mí...\"
Y el silencio se inclinó ante su fe.
IV
La muerte, con sus relojes vencidos,
no entendió que el tiempo
puede doblarse como un manto,
que hay redención aún en la ceniza
cuando el corazón,
aunque tarde,
arde con llama verdadera.
V
Dios no contó sus pasos,
no le pesó los días con balanza de hierro,
sino con la lágrima exacta
de aquel segundo en que creyó.
Y lo cubrió de cielo
como se cubre a un hijo que regresa.
VI
Fue el último en llegar,
pero entró primero.
El ladrón de los caminos
robó el paraíso con una sola palabra.
Y aún canta el viento entre las cruces:
\"también los últimos tienen mesa
cuando el amor no cierra la puerta.\"
JUSTO ALDÚ
Panameño
Derechos reservados / abril 2025