Es
Domingo de Ramos.
Jesús,
en Jerusalén.
Va a celebrar
la Pascua.
La gente lo recibe
con ramas de palma.
Llega,
humilde,
montado en un burro.
Va camino
a su crucifixión.
El pueblo que grita
“¡Hosanna!”,
pronto gritará:
“¡Crucifícale!”
Y aún así… entra.
Valiente.
Obediente a la voluntad
del Padre.
Su Reino
no es de apariencia,
sino de verdad,
de justicia
y de paz.
Es
Domingo de Ramos.
Un gozo
que sabe
a despedida.