El mundo viene con instrucciones.
Quiero saltar por aquel terraplén.
Las prohibiciones aparecen como traumas.
Alguna semilla en la mente germina con forma de pesadilla.
Hay una fosa allí, encontré una isla sumergida.
Tiene las comodidades que necesita todo niño.
Un mundo adelante y la tierra virgen humedecida con la voz.
Exploro laberintos, sazono la naturaleza en laboratorios íntimos.
Están frescas aún las huellas de un sueño.
Un dibujo representa la soledad.
Lejano está el horizonte.
Me siento allí en el borde del horizonte.
Pero resulta inalcanzable la mirada del niño.
Dista un océano de dudas y distancia.
El tronco es un cosmos habitado por la magia.
Puede ser confortable vivir junto a una pequeña comunidad del bosque.
Parece un clásico y no soy Hansel y no soy Gretel.
Estar en el bosque es volver de algún modo, renombrar la vida.
Si te habitan laberintos,
es demasiado importante lo que oculta la maraña de paredes.
Erigen esta soledad como enigma.
Y si el laberinto tiene rostro, no le niego el espejo de agua
que puede aclarar la mente.
En él goteaba la tristeza para perderse en la sonrisa imposible.
La tristeza navega siempre el mismo río.
El rostro borroso ondula con el nombre y la sombría trama en la piel.
Saltan peces a esa mirada con la música de las islas.