En un rincón del bosque callado,
donde el suspiro del viento es ley,
hallé una puerta de hierro encantado
cubierta en verde, musgo y buey.
La abrí sin miedo, con alma en vilo,
y un mundo oculto se me ofreció,
un jardín puro, sin ni un sigilo,
donde la flor... el ayer brotó.
Toqué una flor de azul profundo
y vi su risa volver a mí,
la de mi amiga, sol de mi mundo,
la que en mis sueños jamás perdí.
Cada corola guardaba un beso,
una mirada, un viejo adiós,
y entendí que el tiempo travieso
sólo esconde, no mata a Dios.
Desde ese día, cada jornada,
regreso al campo del corazón,
a sembrar versos, lágrima honrada,
y a recoger de la vida, canción.