El desierto guarda
el secreto mejor guardado:
el agua no existe,
sólo la sed
que la inventa.
Así construimos
nuestras certezas:
torres de arena
sobre cimientos
de luz distorsionada.
Aprendí tarde
que los horizontes
son fronteras móviles
que retroceden
al mismo ritmo
de nuestros pasos.
Ahora camino
sin buscar oasis,
llevando mi sombra
como única cantimplora.
Cuando por fin
la sed me derrumbe,
entenderé:
el agua más pura
es la que nunca
prometió existir.