Si pudiera desatar
el nudo ciego
que tengo en la garganta,
palabras saldrían
como flechas hacia tus oídos.
Vivo sumergido
en tus verdes ojos
de hermosura maligna.
Me ahogo y floto.
Muero de tristeza,
renazco cada día,
porque tu vida me llama
como el pan caliente
a la mano hambrienta.
Si pudiera cuidar
las flores que sembraste
—tal vez sin intención—
las vería en el patio,
las cuidaría de lejos,
y dolería menos
esto que llaman amor.
Pero es tarde. Arde,
como volcán en erupción,
y este dulce tormento
abre una grieta
que me parte en dos.
Mi lengua se aviva
cerca de tu boca,
y mis manos te buscan
como palomas
queriendo anidarse
entre tus dedos.
Así retengo
esta bomba de flores
entre los labios,
quiero amarte,
pero no puedo
Y me apago,
lentamente,
como brasa que muere
junto al fuego.
—Felicio Flores.