A GRAN BRETAÑA LE DEBEMOS MUCHO
Al principio de la II gran guerra,
la causa parecía perdida porque solo Gran Bretaña,
a la manera isleña, resistía frente al avance de los alemanes,
con mayores posibilidades de salir derrotada
que de sobrevivir a un ataque por tierra inminente.
Y todo el mundo pensaba que no podría resistir
en los siguientes días, semanas, meses
aunque la mentalidad británica, a pesar de todo,
no se desmoronara y se mantuviera en sus trece.
Tal vez, porque desde tiempos antiguos,
desde los vikingos o tal vez desde los normandos,
la isla no había sido invadida por una fuerza enemiga,
y esto le proporcionaba ya una tradición sólida
y una base para el optimismo. Hasta que alcanzó
un punto de vista
terriblemente obcecado, casi rocoso, y un cuerpo social encallecido
bajo el peso de las bombas que caían arracimadas,
que formaban dramáticos agujeros
sobre el pavimento.
Y luego se pusieron unas metas muy sencillas y unos plazos
cortos, como no quedar destruidos en la siguiente oleada,
como la persona que quiere dejar el tabaco.
Y siguieron cultivando la campiña inglesa
y construyendo aviones: cada vez más aeroplanos,
como si sus previsiones fueran como de costumbre
de lo más optimistas, y, gracias a esta resolución, consiguieron salvarse la vida,
el reino. Y por un conjunto de circunstancias
verdaderamente extraordinarias
que acto seguido se sucedieron, todo dio al fin un giro
brusco, completo e inesperado para el mundo.
Gaspar Jover Polo