cappa

Antes de noviembre.

Fue el último sábado de octubre. No me gustan los cumpleaños, pero muchas veces no se trata de gustos, y tenía que ir. Estoy más grande, así que junte fuerzas y me presente. Ella es una ex compañera de mí ex universidad, actualmente se la podría llamar amiga, pero ¿Que es una amiga? No se.

 No vive muy lejos de casa, así que no tarde mucho en llegar. Estaba lleno de gente, supongo que unas 35 personas son muchas para un hogar mediano. Metiéndome en mi personaje y con aires festivos exclame: ¿No es necesario saludar a uno por uno, no?, mientras atravesaba la puerta, la variedad de miradas se clavaron en mí y una voz femenina por atrás agrego: ¡Jajaja, por supuesto que no! Aliviado, agradecí en mi interior que esa muchacha me haya salvado, por decirlo de alguna manera. Bebí medio vaso de cerveza, y desganado cruce palabras con un ex compañero también de mi ex universidad. Había planeado quedarme unas horas y luego volver a casa, internarme en la computadora, leer a Paulo Coelho y tomar gaseosa; obviamente antes inventar una buena escusa. A las 11: 30 pedí un taxi, le dije a mi compañera que tenia otro evento muy importante y que en 40 minutos un auto me llevaría al centro de la ciudad. El auto llegó un poco más temprano, saludé rápidamente a todos, e ingresé al mismo vehículo que me trajo, un Fiat Duna rojo sangre, ¿Dónde vamos?, pregunto el tachero, después de un silencio respondí: Al centro. Nunca había salido solo de noche, así que decidí hacerlo. No era muy tarde, y después de dar un par de vueltas, me senté dentro de un autoservicio. Hermosas chicas desfilaban entrando y saliendo, compraban cigarrillos, pastillas mentoladas, o solo mataban al tiempo como yo lo estaba haciendo. Una chica muy linda y sola se sentó a atrás mío. Rubia, pelo recogido, con una expresión delicada y dulce, manipulaba con velocidad su celular. Si tuviera el coraje, me decía a mi mismo, le hablaría. Si tuviera coraje, haría cosas. Me levanté, tomé mí abrigo, mi celular, y salí afuera. Caminé dos cuadras, y fui a un bar que hacía mucho que no iba. No había mucha gente. Me dirigí al final del lugar, pasando por la barra una mesera con antifaz me miro. Me acomodé en una mesita individual, y con una sonrisa la mesera enmascarada me entrego la carta de consumición . Unos minutos más tarde, le ordene solo una cerveza bien fría. Escuchando buena música, comencé a beber.  Estaba solo, bebiendo. Tengo veinte años, ¿Que hago solo en un bar?, me pregunte. Pero al fin y al cabo era lo mismo que estar en casa. El lugar comenzaba a llenarse, entraron tres chicas no muy bonitas, se sentaron enfrente de mí, y pidieron unos tragos. Más tarde dos chicas llegaron y saludaron a estas tres, por la situación me di cuenta que solo se conocían y solo eso. Sus miradas, la forma en que se besaron, estas cosas dicen mucho y a veces tan poco. Se sentaron del lado izquierdo en donde estaba yo, no tardaron mucho en pedir algo para tomar. La noche solita se fue armando, y al cabo de media hora había al menos 200 personas bailando sin parar. Estas dos chicas inmediatamente después de terminar sus bebidas, se pusieron a bailar y a mover sus caderas. Las caras de alegría, jóvenes, tiernas, airosas. La sensualidad, la frescura, las miradas, el brillo propio de cada una, me llamo mucho la atención. Pero solo una de ellas logro que mi sangre quemara. Sus movimientos, la forma de acomodar su pelo, la sonrisa, su picardía. Cada tanto, me miraba y luego miraba a su amiga. Yo la miraba, ella me miraba. Volvía a mirar a su amiga, comentaban cosas, seguían bailando. De nuevo la miraba y ella me miraba. Bailaba con unos amigos, bailaba con su amiga. Yo tomaba cerveza y la miraba. Pero cuando me descuide un segundo, ella y su amigo se acercaron y me rodearon invitándome a bailar. Me encanta bailar, sin embargo, por culpa de los nervios solté un:

-         ¡No, gracias!

El amigo confundido y frunciendo el seño exclamo: ¡Dale boludo, mira lo que es!

-         Es muy linda, dije, pero no, gracias.

Ella me miro sin entender y sonriendo, se retiro bailando alegremente. Sin embargo, el amigo, se quedo mirándome fijo a los ojos como buscando una respuesta en mi rostro, y con una mueca me dijo: - Tienen que ocurrir tantas cosas para que dos personas se conozcan...y vos las desperdiciaste.