Ana Maria Delgado

RETORNO

Luego de tantos años dolorosos

de obligada ausencia,

regreso a este vergel único,

la emoción se expresa en sollozos.

 

Regocijo pleno.  

 

Transito extasiada,

por estos parajes conocidos,

tallando en mi mente,

con afecto

cada imagen,

para sostenerme

con sus recuerdos,

cuando este momento prodigioso

concluya.

 

Contemplo deslumbrada,

las ondas suaves que se forman

con el golpear del viento

en los amarillos trigales.

 

Mientras me abandono, segura,

al abrazo fraternal

de las montañas inmensas,

cierro los ojos y escucho

el sonido de las hojas secas,

el crujir de las ramas de los árboles,

agitadas por el viento,

el variado canto de los pájaros,

la faena de los gusanos

escarbando la tierra negra,

el sonoro rugir

del machete del campesino

al cortar la maleza,

el crujir de la leña lamiendo la olla

en la tulpa abrigada de la vivienda humilde,

el cuchicheo del adobe de sus paredes

al ser rozadas por el sol

y otros sonidos indefinibles,

ya casi olvidados,

que nuevamente

se desempolvan en mi memoria.

 

Campo vasto y hermoso

de múltiples colores y formas,

que superan en creatividad y belleza

las representaciones pictóricas

que admiro en la ciudad,

en las magistrales exhibiciones de arte.

 

Con excesiva avidez olfateo

una deliciosa combinación de olores

a hierba, a fango, a excremento de animales,

a plantas, a trigo, a cebada,

a frutos maduros de esta tierra fecunda…

a esta tierra muy mía.

 

Sentada en la piedra inmóvil

desgastada por los años,

dirijo la vista al riachuelo

que serpentea a mis pies.

Me cautiva el correr continuo

de sus aguas sosegadas,

los resplandores que arrojan

a medida que la luz les llega,

resplandores que evocan,

la luz de las luciérnagas,

mis compañeras de lejanos

transitares nocturnos,

cuando dejaba la ciudad

para explorar

los múltiples senderos

de esta tierra generosa

que me acogió como cuna al nacer.

 

POR: ANA MARÍA DELGADO P