En la quietud de la noche,
tras el ruido y el polvo del día,
mi ser se mueve sin excusas,
guiado solo por la llama
que arde en la razón de existir.
Cada minuto es un río de sueños,
cada sueño, un vestigio de deseo.
Las estrellas, viejas guardianas,
susurran secretos de siglos,
y el viento, con su aliento invisible,
derrama promesas que no se nombran.
La luna, cómplice de mis desvelos,
tiende su luz sobre el absurdo
sendero de mis pensamientos.
No hay excusa para mi latido,
solo el impulso irremediable
de un corazón encendido.
Y cuando el alba se derrama
con su luz dorada sobre la tierra,
mi alma renace en esperanza;
el día se abre como un libro nuevo,
y en cada letra pervive
la esencia misma de la vida.