Esa noche Patricia, despejó mis dudas sobre su estancia en aquel lugar. Dejó claro que no recibía cuidados de salud, y que estaba allí porque sus padres prestaban servicios médicos, en aquella institución para niños con sobrepeso y diabetes. Ya a punto de dormir repasé la hora del concierto, y la última mirada de Patricia perdiéndose por aquel pasillo de la planta.
Nos dimos cita al día siguiente. El aire de la tarde rizaba las ramas de los árboles, y arremolinaba las hojas caídas a nuestro paso. El aroma de la hierba recien cortada, emulaba con el suave perfume de Patricia. Atrás quedaba la pálida ciudadela de campamentos, tendida como una gran osamenta sobre el verde infinito de aquel prado. A escasos pasos del acantilado, murmuraba la inquieta marea del caribe. Patricia alcanzó mi hombro, invitándome a seguir el intrépido vuelo de una golondrina, que tras precipitarse curiosa, se devolvía cual saeta al depurado azúl del cielo. Reímos puerilmente, rememorando todo lo que nos llevó a juntarnos la pasada noche en aquella roída terraza. La risa y las socorridas palabras fueron mermando, y un rotundo silencio nos acorraló en un lazo de miradas. Patricia acarició suavemente mi rostro. Su dedo índice recorrió la comisura de mis labios, donde acabó depositando aquel tímido beso que nos declaró oficialmente novios. Presa de algún repentino pudor, retrocedió tres pasos, y al darme la espalda exclamó : - \" El festival terminará en cuestión de días. \" - \" Lo sé, \" - respondí resignado. - \" Inevitablemente partiré al final del verano. \" - Visiblemente irritada, Patricia se volvió, acorralándome con sus grandes ojos café. - \" ¿Qué pasará con nosotros ?. \" - Sin saber qué responder, bajé la mirada a la rala hierba del camino. Mi puntera barría con desgana, las hojas secas que cubrían la pulida superficie de una roca, cuando el asalto de su mano pálida, sacudió mi hombro desarmado : - \" ¿ Qué pasará con nosotros ? \". - el filo de su voz amenazaba estallar en llanto. Le sostuve la mirada aún sin responder, y algo inexplicable reverberó en su rostro hasta iluminarla toda. - \" ¡ Huyamos juntos bien mío, dispuesta estoy a seguirte donde vayas !. \" - Temiendo matar su entusiasmo, negué repetidas veces, y sin darle tiempo a reaccionar, respondí, - \" Sería una absoluta locura. Nos buscarían como a legítimos prófugos, para luego devolvernos al castigo de nuestros padres. Ha sido hermoso conocerte, pero aceptar llevarte conmigo sería empujar nuestras vidas a un apresurado fracaso. \" - \"Entonces no habrá nada que hacer. Terminarán los alegres días del festival, se irá también el fulgor del verano, y la posibilidad de ser felíz contigo. \" - susurró quedamente, sin poder disimular el asomo de una lágrima. Sin renunciar al eco de mis palabras, algo en mí acariciaba el descabellado plan de Patricia. Le quería, pero solo tenía doce años, una edad vulnerable a la rueda de la vida, y su extenso catálogo de adsurdas propuestas. Con los ojos cuajados en llanto, Patricia contemplaba un elevado ramo de nubes blancas, al que con seguridad imploraba algún milagro, capaz de hacer cambiar mi negativa a su deseada fuga. El fantasma de la despedida, aleteaba con saña mi oído, y urgido en deshacer aquel doloroso instante, le atraje hacia mí. Permanecimos quietos en un largo y callado abrazo. Solo el viento comunicaba la desordenada tirantez de los cabellos, el chasquido de las ramas imposibles, y el batir de la hierba a nuestros pies. La tarde legaba un último esplendor al crepúsculo, cuando a paso tardo, nos fuímos perdiendo entre el vasto sendero de flores y el aire prófugo del mar.
Agosto deshojaba dulces días de música y felicidad, una esquiva felicidad a la que nos aferramos ilusamente, sin reparar en las horas que restaban a mi viaje. A finales del verano, deambulé por el pálido tapiz de la playa. El sol se despeñaba tras el mar iluminado, y el sendero de flores que nos viera cruzar cada tarde, negaba sin piedad el asomo de Patricia. Bajo un puñado de tempranas estrellas, moría otra ronda en el reloj. Cansado de esperar, me tumbé sobre la hierba. La luna cubría de plata sus lenguas de esmeralda, cuando una zarpa de viento embravecido, tiró de mi bolsillo aquel mascado pliego con las señas de Patricia. Sobrevolando la batiente orilla, amenazó precipitarse sobre las crestas del agua. Éstas ya se disputaban el placer de derribarle, cuando de un sorpresivo giro, volvió a elevarse mar adentro. Zigzagueante, atravesó la profundidad de la noche, era sin duda un sobreviviente negado a entregar su último aliento.
Tendido sobre la blanda arena, lamenté perder aquel último recurso que ya no me devolvería el contacto con Patricia. Tal vez buscarla en aquel hospital para niños sería lo mas sensato, pero una voz dentro de mí negaba aquella posibilidad. Pronto el tambaleante vuelo, se fué difuminando entre el oscuro vaivén de las aguas y el vasto cielo de agosto, llevándose a la nada, el trazo emborronado de una ilusión perdida.