Shalom Aperrigue Lira

Entre las calles de Arequipa

Solía mirar mi ciudad de Arequipa y verla como una gran dama vestida de blanco, erguida y majestuosa, como si estuviera tocando el cielo con sus picos de montaña. Era un lugar mágico, donde cada esquina estaba adornada con flores que parecían pintadas por la mano de un artista divino. Solía ser un escape, un destino de vacaciones donde el tiempo parecía detenerse y las preocupaciones se desvanecían.

 

Pero luego, sin darme cuenta, me encontré viviendo entre sus calles empedradas y sus plazas llenas de historia. Arequipa pasó de ser un destino turístico a ser mi hogar, un lugar donde la belleza se entrelaza con la rutina diaria. Ya no solo era una espectadora de su encanto, sino una partícipe activa de su vida cotidiana.

 

Ahora, mientras camino por sus calles, aún puedo ver la grandeza de sus edificaciones coloniales y la imponente presencia de sus volcanes. Pero también veo las responsabilidades que debo cumplir, los compromisos que debo honrar. La magia sigue presente, pero ahora está entrelazada con las exigencias de la vida adulta.

 

Sin embargo, vivir aquí me ha permitido descubrir aún más la belleza de Arequipa. He explorado sus museos, me he maravillado con sus exposiciones de arte y he descubierto rincones escondidos que solo los lugareños conocen. Cada día es una nueva oportunidad para sumergirme en su rica cultura y su vibrante historia.

 

Y aunque los niños que solían llenar los parques con risas y juegos parecen haberse esfumado, ahora veo cómo el parque cerca de mi hogar se llena de colores, gracias a los artistas locales que lo convierten en un lienzo vivo. Arequipa sigue siendo hermosa, pero de una manera diferente. Ha evolucionado con el tiempo, al igual que yo. Y aunque la vida aquí puede ser exigente, no cambiaría nada de esta experiencia.

Arequipa siempre será mi ciudad, mi hogar, mi refugio en medio del caos del mundo.