Alejandro José Diaz Valero

Un cuento con haikús

La ira de la sandía (cuento)

 

La sandía, también conocida como patilla, melón de agua o melancia, es uno de los frutos de mayor tamaño de cuantos se conocen y puede alcanzar hasta los 10 kilos de peso. Es el fruto de la sandiera, planta de la familia de las Cucurbitáceas, que incluye unas 850 especies de plantas herbáceas que producen frutos generalmente de gran tamaño y protegidos por una corteza dura.

 

Una vez alguien me contó esta historia que hoy les contaré. Esa persona me comentó que a él se la habían contado unos pájaros silvestres, y seguramente esos pájaros oyeron la historia de las voces escondidas de los arbustos tropicales donde crece la planta.

 

Lo cierto del caso es que la sandía de esta historia era una fruta muy iracunda, la ira la consumía, y lo más triste de todo es que no tenía razones para sentirse así.

 

Todo comenzó cuando la sandía nació pegadita a su tallo, tal como lo hicieron sus vecinos, el melón y la calabaza, cuyos frágiles arbustos crecían a ras del suelo y mantenían el verde incipiente de las tres especies vegetales.

 

Mientras el melón y la calabaza iban cambiando de color, la calabaza de verde al anaranjado y el melón de verde al amarillo, sentían aires de importancia y se sentían en plena etapa de madurez, ya eran adultos, ya la inmadurez sería solo para aquellos frutos que todavía vestían su verde ropaje.

 

La sandía se carcomía de la ira al ver que ella crecía y crecía, pero nada que maduraba, ese ingrato y detestable color verde no parecía dar muestras de querer abandonarla y ella sentía su falta de madurez a pesar de tener un tamaño mayor a sus dos compañeras, quienes la miraban de reojo y sonreían entre ellas, como irónica señal de que ellas eran mayores y la sandía seguía siendo niña.

 

Ante toda esa realidad la pobre sandía se moría por dentro consumida por su ira, ella sufría esperando la famosa madurez que de manera ingrata tardaba en llegar.

 

Hasta que un buen día alguien decidió que ya la sandía estaba lista; que por fin había madurado, ella lo escucho sin creerlo y pensó que era sólo una burla más, así que cuando cortaron su verde corteza, ciertamente estaba madurita, pero ella enrojecida de la ira que tenía por dentro, siguió pensando que el verde de su corteza  era sinónimo de una inmadurez que no la dejaba pensar  que la verdadera madurez no es del aspecto externo sino ésta se refleja en lo más profundo de su interioridad.

 

Finalmente nuestra amiga, pudo descubrirlo para su orgullo y felicidad, pues ella,  con su rojo  y dulce corazón, se brindó entera a todos los que solicitaban la  apetitosa pulpa de su vida, en el más bello esplendor de su madurez.

 ***

 

 

Haiku XI

son improperios

las voces desgastadas

contra el alma.

 

son necedades

las insistencias tontas

queriendo dañar.

 

son verdaderas

las dulces esperanzas

del que sueña.

 

son elegantes

las bellas intenciones

del que madura.

 

son un regalo

las señales de amor

del divino ser.

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