Alberto Escobar

La humedad...

 

Tinta 

mar. 

 


La humedad del ambiente, 
el sudor reptando hacia arriba
de la espalda, un vislumbre de luz
sucia perfilándose en el cristal,
la madrugada se confunde en la ígnea
suavidad de unas sábanas, unos rayos
acaban llegando contra la persiana
inaugurando el día y piden permiso
para entrar, las copas de cava rodando
por el suelo con el líquido todavía sobrante
impregnando la cerámica virgen de la estancia,
una miscelánea confusa de ropa interior tuya 
y mía esparcida en desorden, muestras secas
de un semen ya caducado sobre el lino, 
tu pelo alborotado, sin concierto, un aroma
acidulante apoderándose del ambiente, lo aturde,
y varias preguntas vuelan hasta instalarse
en esta habitación con vistas, una torre al fondo,
campanas de la iglesia que suenan a misa, 
la feligresía obediente se congrega, no me sale 
hacer caso a esa llamada, no me toca la entraña. 
La humedad del ambiente, decía, la dulzura tibia
del sueño que procede del acto y acaso antecede
a la realidad, una realidad que manda y se impone,
que se antoja necesaria pero de una necesariedad
sobrante, innecasaria, como si fuese ese óbolo
que es preciso pagar a Caronte para que cruce
con su barca la laguna Estigia y dar por finalizado
un camino, un despertar que no apetece, inexorable,
que si no se produce no es posible este mundo,
que si no se quiere que un sueño devenga pesadilla
hay que resignarse a aceptarlo como mal necesario, 
como el menos perverso entre dos males, 
los calcetines desparejados sobre una baldosa azul, 
tus braguitas descosidas cerca del monte de Venus
y deselastificadas de tanto tirar de ellas, pues soy dado
a adentrarme en tu cima sin que te las quites, abrazados,
mirándonos a los ojos, gozando de ese don que acabamos 
de recibir, esa ambrosía que cual maná se extiende
a lo largo de este colchón viscolástico que la vida 
nos ofrece como nido. 
La humedad del ambiente...