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cae la noche en lisboa

Cae la noche en Lisboa. Las barandas ya no espían y sus gentes milenarias cierran los ojos. Los transeúntes: tísicos, heroinómanos, viejas que no saben que lo son, estudiantes que vendieron sus pulmones, inmigrantes que caducan ilusiones, cenicientas que encierran ambiciones, taxistas que no dormirán en casa, y pobres niñas ajadas, cansadas de vivir, ocupan su lugar.
Visten la noche de colores, la cubren con mendicantes oraciones y esperan la divinidad del sol.

Cae la noche en Lisboa y ya nadie esconde su naturaleza. Los azulejos no reflejan los pecados, cortes de mangas e impunidad. La noche es como una calma marítima, espera la llegada de la tempestad. La tempestad del día ruidoso y fútil, de los besos expectantes, de humores indecisos e itinerantes que no saben de su futuro ruin.

Cae la noche en Lisboa y espera que nunca amanezca, porque el amanecer supone el final de la locura que acontece, de la paz que adolece y del pan del buen soñar.

Cae la noche en Lisboa y teme que el rocío sea demasiado húmedo, que los tranvías traigan más turistas, menos viajeros, que las pastelerías ya no tapen agujeros, prometidos, desmentidos, en saldo ajuar.

Cae la noche en Lisboa y el humo deja paso a las estrellas, la cartera a la botella, y el vino tosco al vino fúlgido sin “jantar”.

Cae la noche en Lisboa y sus gentes se rebelan y, aunque nunca lo demuestren, esperan la llegada del caos y la confusión, de los políticos de salón y comedor, y de los besos que esperan redención.

Cae la noche en Lisboa y los poetas se despiertan, olvidan besos y epilepsias y se esmeran por crear, crear un mundo que no existe, que es transparente y desprende olores de alquitrán.

Cae la noche en Lisboa y hay quien se sienta tristemente ante el rocío precoz. Inventa y sueña sus pasiones, reza credos sin condones, y se acerca a la eternidad, eternidad que permanece ausente, esperando que el presente, nunca dejar de cantar.

Cae la noche en Lisboa y las páginas son fértiles, las ideas se embellecen y ya se pueden consagrar, las enfermas convicciones, los besos sin canciones, las habitaciones hartas de tanto blasfemar.

Cae la noche en Lisboa y hay quien equivoca novela y poesía, quien olvida que el día está para trabajar.

Cae la noche en Lisboa y desaparecen sus gentes, deseando que el presente pronto deje de llorar.