Siempre ha estado esa lumbre, viva, ardiente;
asentada la llama sobre astillas de locuaces conversaciones
que trascienden la insondable noche cuando escucho tu voz,
que aumentan mi codicia por la cercanía de tu cuerpo,
por largos y profundos sorbos de vino
donde mis áridos labios proclaman una cascada de afrodisiacos besos,
por una interminable velada que solo culmine si al otro día amaneces sobre mi torso,
lleno de heridas del deseo y rebozante del calor de tu pecho junto al mio,
así que dama mía nunca te vayas que quiero este éxtasis el resto de mi vida