Una noche extraña
soñé con estrellas,
escuchando, atento,
tentadoras voces…
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Casi en duermevela,
resistí el envite
de hermosas luciérnagas:
porque yo esperaba
ver tu pelo al viento,
con mis manos mínimas
rozando tu aliento,
y abrazarte cauto
en la noche blanca…
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Y la noche blanca
llegó de repente,
recorrí caminos,
exploré senderos,
encontré tesoros
en tus manos cándidas…
Descubrí regiones
tan extraordinarias
que acaso en un sueño
pensaba encontrarme…
Pero no fue un sueño:
tus ojos de gata,
verdes, tan intensos
como alborada de plata,
me miraban fijos
rebuscando en mi alma
sentimientos álgidos,
esperanzas fuertes…
Te miré con fuerza,
y en aquel momento
tus ojos tan íntimos
me envolvieron únicos:
encontré tu alma,
divisé tu espíritu…
Y en aquella noche
te tuve en mis manos,
y te quise tanto
como los luceros
a la noche plácida…