Alexandra Quintanilla

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En la casa de mi padre me enseñaron que en la calle debo de guardar silencio. La prudencia, ha dicho mi abuela, y la manera en decir las cosas. 
En la casa de mi madre, casa, casas, casita, casotas, casuchas.
En la casa de mi madre, casa de locos y casa de risas, gritos y sorderas, me enseñaron a no callarme lo que cargo.
Me enseñaron a gritarlo. 
Verbalizarlo.
Por eso lo escribo.
Y tal vez un poco a hacer shhh cuando las cosas pierden sentido.
Pero vamos a que una enseñanza contradice a la otra.
Y yo he elegido un equilibrio en lo que a mí cabalidad trate de enfatizar lo importante.
A decir las cosas y no esconder verdades por el miedo al qué dirán o al miedo al que el de al lado pueda pensar.
Porque el de la par no percibe mi mundo. 
No está sujeto a la conceptualización de mis pensares y modos de crianza.
El de a la par no percibe mi verdad.
Es por de más explicar lo que se demuestra en verbos y no en palabras que perjudican la paz de los otros.
Hay que hablar cuando se puede, y callar cuando se debe. 
Pero siempre decir la verdad.
En la casa de mi padre me enseñaron cosas.
En la casa de mi madre me enseñaron otras.
Y entre una y otra me enseñaron que la paz no es negociable, y que la justicia siempre nos alcanza, por más lenta que sea.
En las casas siempre enseñan cosas,
La vida te enseña el resto.
No confiar en que todo el mundo es bueno.