José Luis Barrientos León

1 de enero de cualquier tiempo

 

La primera noche de enero, con las ventanas abiertas,

esperando ver al mundo condensado en un árbol,

tranquilo y hermoso, anciano,

 con su propia música,

sin la realidad de los recuerdos que marchitan sus hojas

sin desdichas ni confusiones que arrojen el amor al precipicio

con su voz acicalada de halagos por el viento

y sonrisas imposibles que destierren la misera desesperanza

 

Aquí estoy, mirando por la ventana

el ramaje verdecido de esperanzas

disipando las cenizas que aún flotan en el aire

contemplando la llovizna que baila y ríe sobre sus hojas

reviviendo la infancia para aceptar mi vejez

mi mundo adulto alrededor de mi hijo

carente de vanidad, sin el ruido del orgullo

con la armonía y eufonía de la humildad

 

Primer día de enero, y yo a los pies del misterio

ante la pregunta ridícula de ¿qué encontraré?

cuando somos los arquitectos de nuestro destino

y son nuestras manos las que acarician o maceran las flores

y nuestros pensamientos los que trazan los senderos

y nuestros pies los que acercan los caminos.

 

Cuánta ligereza en este día

deambulando entre sombras y quimeras

cuando afuera brota el olor de los jazmines

Y el árbol sigue en pie y no agoniza