RENNY LOYO

LAS ESCALINATAS DEL BARRIO Y LA NAVIDAD

La carestía de estos tiempos, hizo que se diluyeran las esperanzas de mejoras en las viviendas, y la compra de ropa nueva en muchos hogares, incluso el pan de jamón y el plato tradicional de cada país, solo serán posible entre todos, es decir, rescataremos la tradición de estar reunido y echar cuentos el 23 de diciembre, pero a la final no serán más de 10 o 5 cosas, las que llevemos a nuestras casas, aunque la del 24 estarán aseguradas en familia, el amor colectivo hará que todo los deseos sean posibles.

Muchos ya nos hemos comido los platos tradicionales que, por esta fecha, venden en la calle. Hemos prevenido que el sabor de nuestras costumbres gastronómicas no desaparezca de nuestros paladares. En las navidades, el 23 mientras ayudábamos a cocinar, nos bebíamos una caja de cerveza, o una botella de ron con jugo de naranja, tipo guarapita, mientras las mujeres saboreaban una botella de ponche, o un vino rojo, otras insistían en tomar vino de pasita o Sansón.

La navidad es un momento de rencuentro, yo en verdad, la navidad, la paso muy tranquilo. En mi niñez, viví con una familia adoptiva como desde los siete años, la celebración de la navidad era muy bullosa. Todos eran adultos, había un pesebre, pero el niño Jesús o San Nicolás, nunca pudieron llevarme algo, yo imaginaba, que esto se debía porque seguramente las ventanas siempre estaban cerradas. Mientras al dia siguiente del 24, los niños de todos los apartamentos salían a mostrar sus regalos, yo me escondía de la pena porque no podía salir a mostrar nada.

Es por eso que, esta tradición no representaba nada para mí, aunque veía la alegría de los otros, es decir, la alegría de los adultos de mi familia adoptiva, recuerdo que, para huir de tanta alegría y emoción, prefería irme a dormir a las 9, con mis ojos llorosos por esa sensación de no sentir lo que los demás parecían sentir, y sabiendo, además, que todos preguntarían por mí. Quizás se dieran cuenta que yo era un niño extraño, aunque nunca se extrañaron de mi proceder.

Forzaba mi sueño y soñaba mi propia navidad, y aunque no vivía con mi mamá, soñaba con ella y con mis hermanitos. Yo imaginaba en mi sueño una navidad como la del niño Jesús antes de llegaran los Reyes Magos, solos, sentados en el cerro en una especie de escalinatas, mirando el cielo estrellado y viendo con mucha alegría las luces de la ciudad. Así permanecíamos hasta las doce o la una de la noche. Mientras mi madre escuchaba la radio, se asomaba desde lo alto donde estaba el rancho, pendiente de nosotros. Ocasionalmente pasaban los borrachos que venían del mercado, calle de cada ciudad de este continene donde vendían legumbres, granos y todo lo relacionado con alimentos, bebidas espirituosas, tabacos, caramelos y chimó.

Eran obreros y caleteros que se consumían sus salarios, celebrando que habían culminado su faena, y que regresaban a su miseria cotidiana, vacíos como siempre sus bolsillos, pero alegres y contentos, sin importarles el hambre de los que tenían esperanza de sus llegadas a las casas en estas épocas navideñas.

Mis navidades cuando niño y adolescentes fueron tristes, sin regalos, ni compartires, era más bien de mucho dolor y tristeza, de un reconocimiento de mi pobreza, de mi clase, esto hacía que no perdiera de vista de donde venía y cuál era el propósito de tantos sacrificios. Aunque hoy las disfruto, confieso que aún perdura ese vacío, ese sentimiento, es como una mea culpa de mi pasado. Es como si esa tradición no me perteneciera a mí también. Lucho contra esa sensación y trato de que los míos la pasen bien y se sientan alegres y complacidos, mientras en mi soledad interior, solo sienta aburrimiento, modorra, y muchas ganas de dormir, para volver a soñar en las escalinatas del barrio y recuperar la alegría de estar junto a mis hermanos, los cuales tengo muchos años que no comparto con ellos.