Ana Maria Delgado

PRESAGIO DE UNA INJUSTA ENTREGA

Las manos violentas se aferran a la sanguinaria daga,

prudentes de rozar el borde agudo,

borde hambriento, cercenador

de trémulas pieles multicolores, de músculos,

de huesos, de vida.

 

Con lascivia acarician el material plateado,

por cuyos poros se ha filtrado desde hace tiempo,

sangre con rastros de piel, de sudor, de miedo que surge

y se desborda en los momentos de hecatombe,

que vapulea y destruye las máscaras y enuncia certezas.

 

La inmensa noche se abre sin permiso,

otrora, fastuosa y esperada con ansias,

oportuna para el amor

y resarcir la extenuación de la existencia,

al presente, lobreguez temible que junto al viento,

reducen con malicia los gritos de dolor,

que surgen como agudos rugidos,

de la garganta del cuerpo lastimado,

que recibe sin indulgencia alguna,

la descarga de la irracional cólera

que se transporta a  través de la afilada daga.

 

Su cuerpo se agita a cada golpe,

y se abren heridas profundas, incurables,

caen al piso ardientes hilos de sangre, rápidos,

que tiñen sin piedad la pálida piel por donde corren

y el harapiento atavío que le cubre,

…se le va la vida, le envuelve el frío,

… se aproxima el ocaso de su vida.

 

Más que la tortura le lastima,

la indolencia y el rigor de sus verdugos,

nadie replica, nadie defiende..…

presagio de abandono, de derrota.

 

Agoniza, en medio de la hostilidad sin pausa,

un hombre admirable que simboliza a un pueblo,

se aniquila a un hombre, se aniquila un pueblo,

…solo lo mira y lo custodia

la sensible tierra en la que reposa su cuerpo,

…. llora su tierra, fiel testigo de su nacimiento y de su vida.

 

Al filo de la muerte, se acrecientan sus ganas de vivir,

en medio de la angustia, rememora sus días pasados,

los pasos recorridos, los no caminados,

los sueños logrados y frustrados,

lo perdido y lo dejado al abandono,

los sufrimientos y alegrías,

los besos provistos y negados,

las veces que siguió al amor y lo entregado,

los tiempos en que se marchó a los lugares lejanos,

las cosas simples más queridas.

 

Se debilita su cuerpo, no hay dolor,

sus gritos se acallan,

se aligeran sus cargas,

su mirada se apaga.

 

POR: ANA MARIA DELGADO P.