Alberto Escobar

Nebulosa

 

Soy nebulosa si nazco,
y si crezco, claridad. 

 

 

Nacer, y la palabra, ausencia.
Los labios se moldean
si la palabra llega,
la voz golpea desde atrás,
las cuerdas tensando,
el decir vibrando,
el aire cimbreándola, los labios
dándole forma y sacándola afuera,
llegando a otros oídos. 
La palabra escrita sigue 
idéntico curso, las cuerdas manos,
los labios dedos, el aire papel
y el mismo balbuceo...
Rasgando los primeros versos
la palabra se resiente, es nebulosa,
sale ostentosa pero hueca,
busca la palmadita en la espalda,
sale confusa, impronunciable, 
la forma triunfa contra el fondo,
la apariencia contra lo real. 
La palabra incipiente es abstrusa,
saca pecho cual ave en celo,
llama al amor de quien la escucha, 
es ufana, difusa, falsa, miedosa,
segura de sí misma —en apariencia.
Con el transcurrir de los versos,
la palabra toma confianza,
se contornea, se libra de grasa
y se enfrenta al frío ambiente,
va atreviéndose a ser ella misma,
va precisándose, adelgazándose, 
sincerándose con su semántica,
despojándose de lo sobrante,
siendo quien es, sencilla, auténtica,
saliendo de su indefinición,
de su abstracción, haciéndose clara,
despejada, cielo azul sin nubes,
sol imperioso. 
P.D. Todo esto viene a cuento 
de una reflexión que un día tuve
andando: de cómo al principio
escribimos complejo pensando 
que la buena literatura es arcana,
y cómo, con el paso del tiempo,
casi sin darnos cuenta, nuestro lenguaje
va soltando grasa y van persiguiendo
la esencia, la sencillez, la cuna
de uno mismo, y se aclara, deja de ser
pretencioso, ostentoso, vano.