José Luis Barrientos León

La vida que renace

 

De pronto,

acostumbrado a habitar en la ostra de mi carnalidad,

atado a los hilos de mi vetusta sangre,

de calzar el dolor hasta llevarlo a mi almohada,

y de cubrirme con el fúnebre traje del olvido,

silenciando mi boca para no pronunciar los nombres,

de los sueños que se enumeran como estrellas,

desde el cristal frágil de mi soledad.

 

He decidido concebir contigo,

sobre las sábanas tibias de tu piel,

una nueva historia de amor,

perfumada de amapolas,

llevada por la inmensidad de la noche,

por aires desvelados, que acarician tus muslos

hasta reposar en tu cabellera.

 

He decidido, resucitar en tu pecho,

para pronunciar amor con el verbo hallado,

entre las esquinas lúgubres de mi cuarto vacío,

donde ondula mi alma, como frágil brizna,

con la ilusión ingenua de encender la llama,

de agitar latidos con tu cuerpo a mi costado.

 

De pronto,

se extendió mi mano y abrace tu aliento,

transite tu espalda y me aferre a tu esencia,

me ceñí a tu talle, acaricié tu seno,

se estremeció mi alma y olvide la muerte,

para desvelar mis ojos,

y nacer de nuevo.