Antonia Ceada Acevedo

La mariscadora.

Un lunar en las comisuras de los labios, resaltaban su piel tostada. Morena de pelo largo, ojos castaños y grandes  rasgaban los perfectos trazos de su rostro. Monumental, alta, llevaba sus piernas vendadas, sus tobillos hinchados y unas zapatillas.

Me  llamo Catuxa, soy de Vilagarcía de Arousa  Pontevedra. Tengo 46 años. Cinco hijos, el mayor tiene 29, el menor tiene 18 y tres hembras. Me case muy joven, con quince años. Con uno más tuve a mi primer hijo varón, Raimundo, como mi marido. Entre los demás, sólo, hay un año de diferencia.

-Busco ayuda, no tengo donde vivir-

Vengo de un piso de acogida, pero…

Raimundo, mi marido, es marinero, iba al bacalao, a Terranova, pasaba meses en el mar y cuando venia, me hacia un hijo.

Yo marisqueaba, desde pequeña, trabajaba a pie de playa., recogiendo almejas de carril.-Un trabajo duro-

Las mareas deben ser propicias para poder faenar. En las rías de Arosa.Con lo que se gana da para vivir al día. Cuando me case, me fui a vivir a O do Castro, un barrio de Vilagarcia) Una  pequeña casa de piedra, con una habitación amplia, un salón con chimenea y fogones, y un retrete en la parte de atrás. Se veía el océano tan cerca…que cuando estaba revuelto te salpicaban las grandes olas.

Allí tuve a mis hijos. El venia, se pasaba por el bar, llegaba a casa borracho, oliendo a  aguardiente y eructando.

Sólo un beso al volver, el primer año de casados.

Se venía a mí, y comenzaba a manosearme, a tocarme me llevaba a la cama sin importarle si los niños dormían o no. Si lloraban, había que seguir hasta cuando él se desahogaba…

Después se levantaba, abría una caja metálica con llaves y sacaba un hacha, que ponía debajo de la almohada.

Me gritaba-Caruxa, la comida.

Y  tenía que apresurarme a ponerle la mesa y la comida por delante, porque si me retrasaba daba golpes en la mesa o gritaba. Mientras ponía la comida, me preguntaba que con  cuantos me había acostado en aquellos meses, preguntas punzantes a las que era mejor callar.

Yo pensaba, mañana se le pasara.

Pero no pasaba, sus conversaciones eran siempre lo mismo. No conversaba, me acusaba, me ajusticiaba y me condenaba, cuando yo, sólo, tenia vida para ir a mariscar y para mis hijos que los cuidaba ,mientras faenaba ,mi tía Balsi. Después de comer, me volvía a arrastrar a la cama, tenía que responderle a sus deseos más brutales con fingidas ganas de  hacer aquello. Mientras me penetraba, me decía, tu eres mía, mía, mía y de nadie más. A veces, me hacía daño, mucho daño porque nunca terminaba, se hacía interminable aquella manera brutal de hacer el amor o follar como decía él.

Más tarde al bar, y hasta que no podía con su mona, no volvía dormía a los niños.

Sabia como venia, por el sonido de sus zancadas, por la forma de abrir la puerta, por su forma de cerrarla o dejarla abierta, por sus ojos saltones y rugosos.

Con un gesto, yo sabía que debía ira para la habitación, se desnudaba, me quitaba las ropas a tirones y otra vez a follar sin fin. En esos días, no podía ir a mariscar, el no quería. Tenía que estar en mi casa, esperándolo a él para cuando quisiera venir para follarme. No había conversaciones, ternura, nunca hablaba de la pesca, ni de su trabajo.

Tan sólo preguntas acusatorias de cosas que yo no había hecho, aún.

Sacaba el hacha de debajo de la almohada y me decía: míralo, esto es para ti.

-¿verdad?-gritaba.

Yo asentía con la cabeza asustada.

Veía como  aterrorizado me miraba mi hijo Raimundo, ya que dormíamos todos en la misma habitación.

 

A los pocos días, volvía a embarcar  otro año más.

Entre los que íbamos a  faenar, también, había hombres. Yo nunca hablaba con ninguno, excepto con Anton, que el hombre muy cumplido siempre me preguntaba por mis hijos y se interesaba en saber si yo estaba bien. A veces, le contaba algunas anécdotas de ellos, de mis hijos, y el reia.Tenia una sonrisa muy bonita.

Después de nacer mi último hijo, Jaime, mi marido llegó, yo estaba con cuarentena y no podía hacer el amor. A cambio me pego una paliza, que me dejo inconsciente .Los vecinos dieron la alarma. Me  partió una pierna que no puedo, solo, arrastrar.

Se llevo sin aparecer hasta dos horas antes de irse vino para recordarme que el hacha era para mí. Un fuerte portazo me dijo, nada.

Un dia, después de irse mi marido, una compañera y amiga me acompaño a mi casa. Por el camino me conto que mi marido en esos días de mi cuarentena, se acostó con Marusa y que lo vieron comprando perfume  en el pueblo. Claro, por eso no apareció por mi casa hasta dos horas antes de embarcar.

Me dolió, llore, porque a pesar de tratarme mal, yo creía que me quería, que actuaba así por celos, y solo me quería para el después de tantos meses en la mar. Pero, aquello, era diferente, yo acababa de parir, no podía creérmelo.

Me trague las lagrimas y seguí lleno a mariscar.

Un día Antón me ayudo con las cestas de Almejas y al  levantar la pesada cesta, me sonrió  como un  angel.Sus verdes ojos eran ternura, comprensión, pasión…

Me sonroje, el se dio cuenta porque me lo refirió.

-eres muy guapa y atractiva, Caruxa, me dijo.

Me temblaban las manos y el corazón me salía por la boca.

Pasaron los días, algunos meses, cuando Antón me acompaño hasta mi casa. Los niños aun estaban en el colegio y a Jaime lo había llevado mi tía al pediatra.

Lo invite a un aguardiente, el acepto entrar en mi casa, y me beso, y me tomo por la cintura y me abrazo, y me dijo-te quiero desde siempre-

Hicimos el amor, aquel día, también hicimos enfurecer al monstruo  del mar.

Seguimos viéndonos para hacer el amor, en lugares recónditos, donde nadie nos pudiera ver. Yo era feliz. Me sentía amada.

Pero pasaron más meses y se acercaba la hora del regreso de mi marido.

Y regreso.

Aquella mañana Antón llego temprano para decirme que en el bar se comentaba lo nuestro. Alguien nos había visto e iba con el chisme rodando hasta el bar.

Tuve tanto miedo, que levante a mis hijos, los vestí y los lleve a casa de mi tale pedí que no le abriera la puerta a nadie y  fui por algunas ropas, mis ahorras, mis documentos, y  lo metí todo en una vieja maleta y Salí corriendo con una maleta y con cinco hijos sin saber qué hacer.

Entonces las leyes estaban de otra manera.

No pude denunciarlo porque le tenía miedo, aunque la policía insistía en que lo denunciara.

Me hablaron, los agentes, de las casas de acogidas. Pero aquella noche me quede en casa de mi tia.La noche fue larga, no podía dormir, temblaba, estaba pendiente de cualquier ruido, me temía lo peor, Raimundo me mataria.Recuerdo que me acosté vestida, agarrada a mis pequeños.

Golpes, gritos en la puerta nos despertaron a las cinco de la mañana. Los niños lloraban, mi tía tenia fechada la puerta de hierro de la casa.Mas, gritos, más golpes, amenazas, llantos, miedo…

Alguien llamo a la policía, lo sé por las luces que asomaban por la ventana  en aquella noche oscura en   la casa de mi tía.

Un forcejeo, más gritos y una frase que nunca olvidare. Te mataré Caruxa.Juro que te tengo que matar.

El coche  de la policía se alejo y un silencio sórdido volvió a aquel barrio de trabajadores, pero solidarios vecinos.

Aquella mañana, aporrearon la puerta.

-No  temáis, somos policías.

Mi tía abrió la puerta y dos hombres vestidos de uniforme preguntaron por mí.

Salí asustada.

-Señora, tiene que denunciar o correrá peligro su vida y la de sus hijos. Ese hombre no está bien.

-¿Qué otra cosa puedo hacer?

Los dos hombres se quedaron callados por momentos.

Un  piso de agogida.Usted y sus hijos deben  marcharse o denunciar, a riesgo de que su marido pueda atacarla.

No podía creer lo que estaba pasando. No podía  controlar mi nerviosismo y no podía pensar, menos decidir con claridad.

-Tengo miedo-les dije a la policía. No quiero denunciar, me da pena, es bueno, pero cuando bebe…

Los dos policías se miraron entre sí, con una pregunta en sus gestos. Me dieron un papel con una dirección. Una carta cerrada para entregar cuando llegara al Centro.

Decía:

Centro de emergencia para mujeres víctimas de la violencia de género

Uno de los policías dijo:

Tiene como finalidad proporcionar alojamiento inmediato y de corta estancia a las mujeres y las personas de ellas dependientes, que se encuentren inmersas en una situación de malos tratos y garantizarles un acogimiento de emerxencia mientras se valora su situación y/o se efectúa una derivación la otro dispositivo más idóneo.

Vestí a mis hijos, llamé un taxi  y abrace a mi tia, que me metió en el bolsillo del abrigo un dinerillo en un pañuelo liado.

Le pedí al chofer que nos llevara a aquella dirección de Vigo.

En el camino hacia aquel centro, se me pasaron tantas cosas por la cabeza. Temía que Raimundo se ensañara con Anton.Unos meses más tarde, supe que Antón aquella noche se fue del pueblo, nadie sabe dónde.

El taxista nos dejo en la puerta de un edificio  blanco .Saque el pañuelo de mi tía y le pague una buena suma de dinero.

Cinco hijos, poco dinero, una maleta y un lugar desconocido.

Llame  al portero automático que pegaba a una cancela que se se abría automáticamente. Y entramos. Salió a recibirnos una chica joven, muy simpática que nos pregunto si estábamos bien. Los niños parecían más clamados y cogidos de  sus pequeñas manitas fuimos los seis hacia un holt con un mostrador de cristales. La chica se sentó en el sillón, y levanto el teléfono para avisar de que estábamos allí. No supe con quien hablaba hasta que llego una muchacha de voz muy dulce. La joven me pidió la carta que el policía me había dado. La abrió, la leyó y se la dio a la chica dulce. Ella, la leyó y me dijo:

-Tranquila-todo va a salir bien.

Nos acompaño por largos pasillos hasta un ascensor grande, como de hospital y subimos a la primera planta, nos acompaño por otro pasillo con muchas puertas y abrió una de ellas.

Había seis camas blancas, con sus  respectivas sabanas y mantas, un ventanal con cortinas blancas, una mesita con  juguetes apilados y un armario de tres puertas.

De momento pasareis aquí unos días. El almuerzo es a las 14.30 en el salón que está en la planta baja. Ser puntuales y si no sabes algo, o necesitas algo, toca a este interruptor, indicando  un timbre en la pared junto al ventanal.

-¿Traes ropas para los niños y para ti?

-No, he salido a toda prisa.

-No te preocupes, ahora os subirán ropas, zapatos, gorros. Después os indicaran donde están las duchas y baños.

-Gracias, le dije, más tranquila. Ella me tranquilizaba con su voz segura y tierna.

En los siguientes días conocí a la trabajadora social, a la psicóloga, a la abogada, a los educadores y al resto del personal de aquel edificio.

Había un aula para mis pequeños. Desayunábamos a las 8 de la mañana, a las 9h dejaba a los niños en el aula. De 9h a 12h, aseaba la habitación, llevaba las ropas a las lavadoras secadoras comunes, y ayudaba en cocina, comedor o en la limpieza de las instalaciones. De 12h a 14h entrabamos a terapias de grupos. A las 14h recogía a los niños del aula y alas 14.30h almorzábamos en el comedor. En la tarde una cuidadora se quedaba con ellos en los jardines donde había columpios y las mamas entrabamos a talleres de costura, o de  alguna formación dirigida a la búsqueda de empleo, o nos atendía la abogada. Una tarde me llamaron del taller de costura. La abogada quería hablar conmigo.

-Tengo malas noticias para ti Caruxa.Tu marido ha interpuesto una demanda de separación y reclama a los niños. Te ha denunciado por adulterio y por abandono de hogar.

Entonces, eso estaba penado con quitarte a los hijos.

Pero tú no puedes volver, tu vida corre peligro. En unos días vendrán a recoger a tus hijos y tú tendrás que buscar trabajo y un lugar donde  quedarte. Hay muchas mujeres en la puerta, esperando ser acogidas. Lo siento.

Me eche a llorar como quien le arranca las entrañas, mis hijos sin mí, yo sin ellos, y en manos de su violento padre. Era injusto. Pero el dinero, siempre, manda.

La abogada intentaba consolarme, pero no imaginaba mi vida sin mis hijos. Más lo mandaba la ley y la injusta justicia.

Ahí comenzó mi verdadero calvario. El día que me arrancaron a mis hijos, me arrancaron las pocas ganas de vivir que me quedaban. Fue muy cruel aquel dolor de no saber cuándo y cómo los volvería a ver.

Recuerdo  a mis niños llorando metidos en aquel coche de policía. Jamás podre borrar aquella imagen.

-Se echo a llorar desesperadamente.

Y aquí estoy, harta de recorrer pisos de alquiler, trabajos que no me dan para comer y centros de acogida. Han pasado tantos años.

Llegue hasta aquí, ni recuerdo como.

Comencé a trabajar en una fábrica de conservas, alquile un piso, le mando dinero a mi tía para  que se lo de a mis hijos. Pero, llego la crisis y me despidieron, no podía pagar el alquiler y me quieren echar de la casa.

Un día desde el autobús vi a Caruxa en un soportal con un colchón, bolsas de ropa, mal vestida, desaliñada, las piernas hinchadas y pidiendo limosnas.

Yo  tampoco podía ayudarla…luchaba mi propia guerra.

 

 

 

 

 

 

 

Antonia Ceada  Acevedo