José Luis Barrientos León

Un día de invierno

 

Era un día benévolo, apacible

de esos que te sonríen con el brillo de los astros

de esos que te besan con el canto de las aves

con el juego de mi niño

con una rosa que te embelesa entre suspiros y anhelos

 

Un día de rostro piadoso y compasivo,

donde se ambiciona la vida,

besando la hierba en el campo,

o contemplando el azul insondable

para huir del mundo

aunque vivamos en su bóveda de lo mortal y lo postrero

 

Un día de lluvia mansamente callada, silenciosa

acariciando las rosas con la ternura de un niño

con la suavidad de una luciérnaga que ilumina las sombras

como irradiando esperanzas

en medio de murmullos y exclamaciones

de pensamientos inquietos que anhelan libertad

para dejar de vagar en las tinieblas

que te encadenan despierto a la ambición de los sueños

 

Era un día con sed de amores en la boca

con entrañas agitadas por caricias que se imploran

como las arenas excitadas por espumas que luego se alejan

dejando recuerdos de llantos y risas,

de dulces mentiras y negros tormentos

 

Era simplemente un día

de cielo despoblado y alma polvorienta

un día huérfano, que resuena más allá de lo sombrío

porque mis ojos te besan en las sombras

y mis manos te abrazan en el silencio