Anderson Cayo Baylon

ELEGÍA

Anhelo el brillo de tu sonrisa y el perfume de tu piel
por sobre todo lo demás, el tiempo y la distancia.
Ignoro el origen, el destino y el instante
en que volverás... solo sé que te aguardo constante.

En la cima del bosque y en la profundidad del lago,
en la dicha y el tormento, en la calma y el estruendo,
en el rito profano y en la ceremonia sagrada,
en el silencio puro y en el grito desgarrado.

Allí donde retumba la voz de la cascada,
allí donde lo abarca todo y allí donde no hay nada,
en la pluma del ala y en el sol del ocaso,
yo esperaré el eco cadencioso de tu paso.

Sé que de mí se burla la gente
al ver cómo te aguardo impaciente.
Cuando el universo entero se desvanezca en el vacío,
cuando todas las aves se detengan en su vuelo
fatigadas de esperarte, ese día
remoto yo te estaré esperando todavía.

No importa: aunque me digan todos que deliro,
yo te aguardo en las ondas musicales del río,
en la nube que llega blanca de su trayecto,
en el sendero angosto y en el sendero recto.

Niño, joven o anciano, riendo o llorando,
en el alba o el crepúsculo, yo te estaré aguardando,
y si me convenciera que ese día anhelado
no habría de llegar, también te aguardaría.