jvnavarro

EN LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS MUY PRIMOS

 En la soledad de los números muy primos
vive la más angustiosa de las congojas,
algo parecido a un destierro
donde van a parar los disidentes
por no coincidir sus ideas
con el opresor, su enemigo,
quien le obliga a ser algo menos
que un objeto al servicio de su treta.
 
Así viven los números primos soledades
que solo ellos saben hasta donde llegan.
 
Decía un poeta:
\"Daba el reloj las doce... y eran doce\"
 
Que sabiduría
y cuanta grandeza 
la de ese poeta,
la de saberse las horas
y que estas no fenezcan,
nunca en los ojos
de quienes las visitan con su presencia.
 
El amor en los ojos de  los números primos
es algo parecido a una triste estrella
y para cuando se tocan las parejas
la frialdad no les deja
que el calor explote y les llene el alma
de belleza.
 
Allí donde viven los números primos
las primaveras si se cuentan
son siempre iguales, las rosas huelen
a lágrimas secas
y los otoños sin hojas; ya el numeral
de la paciencia
queda relegado a troncos viejos
y leña seca,
que solo sirve para calentar las memorias
de los tristes asilos donde se amontonan,
las exhaustas letras que un día cualquiera
tuvieron casa y residencia en la inteligencia.
 
Entre inviernos y veranos de ida y vuelta
los números primos se saben únicos
en su materia, siempre iguales,
cuando se multiplica su descendencia
salen gemelos clavados a quienes
son de ellos algo parecido
a una fotografía repetida en un día cualquiera.
 
Me congratuló de veras, 
no es lo mío una impertinencia
de tener con los números primos 
una amigable correspondencia.
Ellos me dicen y yo les cuento
aquello que me sale de las venas.
 
Es verdad que echan de menos
la vida de los mortales, les gustan
nuestros bailes y fiestas,
pero yo les digo que tengan paciencia,
que anda un sabio pregonando
que quiere con los números primos
construir una gran orquesta,
donde el uno será el director
y el resto de ellos si se dejan,
serán, así el sabio el cuenta,
quienes bailen y canten y corran juergas
con el numeral infinito
de todos los números, en todas las lenguas.
 
Y ahora me voy con ellos
hasta allí donde
pueda.
Hay una barrera que nos separa
y quien la atraviesa
queda convertido
en estatua de sal
con cabeza de pollo,
cuerpo de sirena
y de piernas,
un cinco y un tres,
siempre dando vueltas.
 
Y su alma ¡qué dura pena!
relegada a dos divisores
positivos distintos,
el mismo y el 1,
todo pura filosofía
de aquellas
de taburete de madera
en una plaza  llena
de eruditos meneando la cabeza.