Alberto Escobar

Sigo preso

 

Lo que hemos escrito
no se acaba nunca. 

 


Estoy preso.
Soy reo de lo que escribí.
Vivo en esta cárcel,
una mazmorra sin estanterías,
sin un nido donde los libros,
aquellos que leí, reposen,
descansen de tanto ser abiertos,
de tanta erosión de mis ojos
rasgando su papel, atentos,
anhelantes de tanta sabiduría. 
Tengo, eso sí, una ventana arriba,
a la izquierda, que despide una luz
tan embriagadora que me hace pensar
que no todo está perdido. 
Llevo tres años aquí encerrado.
No sé —ni me importa— de qué
se me acusa —justo ahora me llega
el carcelero con una bandeja de plata
donde reposa un mendrugo de pan
y un vaso de agua—, ni sé si merezco
este presidio, solo por expresarme,
por exteriorizar negro sobre blanco
mis sentimientos —aunque reconozco
que son descarnados y muy punzantes
para la moral tan frágil que nos envuelve.
Lloro cada día, extraño una cama decente,
un estante aunque fuera minúsculo
donde depositar mis libros, y una mesa, 
aunque fuera una tabla sobre unas cajas
de botellines donde seguir desembuchando 
todo el mar que me inunda por dentro, 
y me ahoga tanto. 
Sigo preso, y me temo que en cadena perpetua. 
No puedo no escribir lo que siento, lo siento.