Paseo por las antiguas callejas
de mi pueblo, de mi infancia rosada,
de lluvias, de sol, y piedras gastadas,
y olor a heno fresco y redil de ovejas.
Miran, detrás de las viejas persianas,
unos ojos que guardan los pasados
de niños que ríen alborozados
al umbral de mocedades cercanas.
La monotonía de las campanas
anuncia una tarde de horas lánguidas.
Por la senda verde, en bici voy algo cándida
hacia mi bosque de sombras tempranas.
Recuerdos de aquel mi beso primero,
que fueron íntimos goces desnudos
entre perfumes de laureles mudos,
en los brazos de un joven zalamero.
Final de mi pubertad superada;
inicio de mi juventud florida
que a mi figura permanece unida,
constante eco de mi vida madura.