Alberto Escobar

Ojos de corazón

 

Miramos el mundo 
una sola vez, 
en la infancia. 
El resto es memoria. 

—Elisabeth Gluck. 

 

 


El corazón late,
cada día, por fortuna.
El corazón late,
y va siendo distinto
conforme pasa el tiempo.
El corazón late,
y el latido va sonando
de diferente manera.
El corazón late,
y no late igual a la mañana
que a la tarde, si has comido
o tienes hambre.
El corazón late,
pero el latido suena 
según el vacío que haya dentro,
si el vacío es muy grande
suena a campana de iglesia,
y el corazón viene a ser,
de pronto, una especie de badajo. 
El corazón late,
y lo que ves, entre latido y latido, 
será según las notas 
que lanza al aire, si graves,
lo que ves es triste, si agudas,
la luz inunda tus ojos
y todo se torna rosa. 
El corazón late,
y ve, y los ojos no son más
que dos emisarios, dos espejos
sobre los que rebotan los sones
que del corazón laten, tan solo...
No importa si lo que vemos 
es una palabra hecha materia,
un concepto, una semántica
de esas que recogen el diccionario,
no, porque no somos notarios
—aunque los haya de carrera, no—,
no, porque lo que vemos
teñimos, cual si lleváramos gafas
de colores, con el color del momento,
haciendo lo que siempre es igual
distinto, dando un mátiz de vida,
una pincelada tal que sin ella la vida
se tornaría gris, inane, sin motivo.
P.D. Por ello no estoy de acuerdo
con la cita. Sí, vemos la primera vez
y esa primera vez se imprime primero
y por lo tanto decide las posteriores 
impresiones, pero la manera de sentir,
aunque no cambia, se va llenando de 
tropezones, como una sopa, y la mirada
va entorpeciéndose o enriqueciéndose,
según se mire, con el paso de los años.