Nik Corvus Corone Cornix

Musa Divina

Un juglar captó una brisa cautivadora,
escudriñó sobre rampas veloces
y mortíferas tardes,
calzó el visto bueno e idealizó
esa llegada despampanante.

Ya genio, el antes maltrecho
deslizó desde sus valijas de ensueño
una oscura y fría manta de diablos,
la cual entregó a ese pálido florecer
que una vez más se cernía sobre
corazones de mieles.

Luego constante,
señaló a una estrella y él mismo bajó
una vela candente de aromas filosos,
dribló por sobre golosos farsantes
y se destinó a maravillar
ante la musa de diantres..

El endeble mártir
supo acariciar esos trazos de finura
cuando las luces de divinos cantares
danzaban derredor de esa dulce ninfa
magistral y única..

La pintó en dos mitades,
espejadas formas se fundieron y fué testigo
de un accionar fuera de sí, por demás
poderoso.

Cuánto supo calcar ese fugaz en vientre,
socavar e imaginar a partir de esa vista
de pieles vivaces y alarmantes,
las que alguna vez hace añares
derribaron sus tontas corazas...

Sintióse florecido en demasiadas capas,
cuando esos pinceles gallardos
parecieron discar en cada tono
esa sensación de esperanza,
esa sensatez al saberla oblicua y galante,
al observarla no suya, sino con él.

Siendo cumbre sobre la pirámide de observantes
torpes y enfrascados, el vigilante fiel
ocupó el lugar más cercano.

En medio de risas
recibió esa colmena de placer añejo,
ese abrazo tan endiosado y fraterno
ante el cual esos infiernos
parecieron simples fósforos apagados y errantes...

Sin tiempo de reponer esa cordura,
el violáceo barroco recibe nuevamente,
ese toque formal y decidido,
ese gesto sutil y mancebo,
esa mano sobre el hombro....

Ya partiendo y no queriendo
dar fin a esa danza de bellos colosos,
la orada maravilla acompaña
con esa sorna magnífica
al suertudo malandrín.

Detienen cuerpos
en mesas de tenues superficies,
describen una tonada incomparable
a la que muchos quisieran igualar,
pero el fornido y ya caído hacendador
corre a los torpes y es rey.

Se merece esa invitación fortalecedora
ante las miradas y despechos
de unos alzados pobres perros,
el vibrante retoño, joven por siempre,
acompaña a su tan solo observada belleza,
a la que no para nunca de comprender
en el mas mínimo decibel.

La grandeza de ese frágil agradecer
parece abarcar selvas y ríos,
aún así, no nace su cantar divino,
en cambio otorga esperanzas
y calla en pos de buenaventura.

Ya en casa, observa su obra,
y disiente de muchos,
no es terrena,
es perturbadoramente divina...







Esa musa que inspira....