Deambulaba temerosa por el bosque persiguiendo las pisadas de la luna, que solidaria me alumbraba el sendero en una fría noche de invierno, me animaba a conversar con las estrellas y los grillos hacían eco a mis palabras tan secretas, luego de avanzado mi camino bajo la densa bruma, tropecé con un abismal barranco que posó bajo mis pies deteniendo mi andar y burlándose de mis miedos, amenacé con lanzarme al precipicio pero las sombras noctámbulas murmuraban en mi oído, decían que la muerte estaba triste y desanimada y no podía recibirme, me congelé ante tal respuesta retrocediendo mis pasos temblorosos y en total mutismo rechinando mis dientes me dormí sollozando por el dolor que sentí ante su agónico rechazo. Estaba ansiosa de partir para alcanzar a quienes en esa anunciada vida eterna nos esperan, para acompasar las almas siendo una, y abrazarnos como cuando sus cuerpos estuvieron presentes entre nosotros. Al despertar entendí que aún no era mi tiempo, que el destino ya fue trazado, que existe una conexión ineludible entre la vida y la muerte, dos caras de una misma moneda, imposible elegir con cuál quedarnos porque ambas dictan su propia sentencia y no admiten una fianza de excarcelación para liberarnos, sólo resta continuar por esa línea marcada en la palma de la mano, aceptando que en el hoy está la salida de cualquier encrucijada y que Dios es nuestro principal aliado.
***Omaris Redman***
Octubre 21, 2023