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CLARO Y PRECISO cuento

CLARO Y PRECISO

 

  Cuando yo era niña me gustaba imaginar que reformaba mi casa para que fuera más linda. Entonces acostada en mi cama de espalda,con las piernas levantadas y apoyadas en la pared, cerraba los ojos e iba modificando cada habitación, arreglaba los revoques caídos, pintaba las paredes, ampliaba habitaciones, ponía ventanas más grandes para que entrara mucha luz. 

Imaginaba también que ponía muebles nuevos y tenía una habitación para mí sola, toda pintada de rosa, con estantes llenos de libros y juguetes.

  Al darme cuenta que para hacer todo eso era necesario mucho dinero, comencé a pedírselo a Dios.

  Mi madre venía de una familia muy católica y cumplía a rajatabla con todos los mandamientos y preceptos. Íbamos al catecismo y a misa todos los domingos, religiosamente.

En algún momento, antes o después de la misa, cuando la iglesia quedaba vacía, yo me arrodillaba en el altar y rezaba:

\"Diosito de mi corazón quiero encontrar un cajón lleno de monedas para arreglar mi casa\"

Lo hacía por mí, porque mi casa era realmente una ruina pero también por mi mamá, porque todo el tiempo la escuchaba decir: \"¡Cómo le pondría una bomba a esta casa!\"

  Ella siempre decía que existía la \" divina providencia \" y que si pedías lo que necesitaba con mucha fe, tarde o temprano te sería concedido.

  Por eso, además del cajón lleno de monedas también comencé a pedir una muñeca que tuviera el pelo rubio y un hermoso vestido.

  Al poco tiempo, para navidad recibí una muñeca hermosa. Tenía el pelo bien rubio y largo, que terminaba en bucles. Los ojos eran de un azul celeste y parecía que me miraba con una sonrisa. El vestido era bellísimo, de raso color rosa, con un tul superpuesto en la falda larga y puntillas en el corset y en las mangas.

  Cuando la ví quedé paralizada de la emoción, no podía hablar. Era mi sueño cumplido.

  Hasta que mi madre rompió el hechizo diciendo: “la tenés que compartir con tu hermana”. Fue la primer gran desilusión de mi vida.

  El otro pedido, Dios tardó un poco más en concedérmelo. Será por eso que, a modo de compensación, me lo envió por triplicado.

  Yo tenía unos catorce años cuando me ocuparon en la casa parroquial para que ayudara a la sobrina del viejo párroco recién fallecido, a hacer la mudanza.

  La mujer era  rara y me daba un poco de miedo, pero yo no cuestionaba lo que se me mandaba a hacer y el dinero que me iban a pagar era necesario en mi casa.

  Lo primero que me encargó fue desocupar un enorme galpón que estaba detrás de la iglesia. Me dijo que tirara todo porque no había nada que sirviera y que si había algo que quisiera llevarme podía hacerlo.

  Me entusiasmé con la idea y empecé la ardua tarea, aunque era pura basura acumulada.

  Me sorprendió encontrar varias cajas con velas de diferentes tamaños.  Algunas tenían un papelito adherido con cinta o atado con hilo y por eso pude saber que eran ofrendas de la gente para diferentes santos o para la virgen.

  Pero la mayor sorpresa fue encontrar tres cajones de madera repletos de monedas, todas viejas y herrumbradas. Seguramente eran las limosnas que poníamos en las misas.

  De repente me acordé de ese pedido ferviente que le había hecho a Dios por tanto tiempo y supe que esas monedas me las había enviado Él. Sólo que se había olvidado actualizarlas.

  De esas experiencias aprendí que hay que ser claro y preciso cuando uno pide algo, a Dios o al universo.

  Por eso, después que me separé, como me sentía muy sola pensé que sería bueno pedirle a Dios un compañero. Entonces me puse a escribirle una carta para que no se le escapara ningún detalle:

\"querido Dios,  te quiero pedir un hombre para que me acompañe el resto de mi vida, pero que sea uno solo, que no esté viejo ni herrumbrado y que jamás tenga que compartirlo con mi hermana\".