🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮

El plutócrata (burgués)

 

EL PLUTÓCRATA

Quizá este título no representa nada o hable por sí mismo en estos días. Quizá, esta no sea la forma de empezar una narración, pero qué le hacemos; se aprende para olvidar y, se olvida para aprender, tal vez estés acostumbrado a escuchar relatos con la típica frase: «había una vez o érase una vez» en sus inicios, pero yo no soy de esos, de esos populares. Lo que voy a conferirte no es nada nuevo ni ha dejado de serlo. Óyeme mi amigo que luego os vais a contar. Este cuento es un cuento sin personajes, pienso yo, sin embargo, si tú le encuentras alguno, déjame decirte que has llegado justo al momento indicado, pues bien, acomoda la psique y siembra apoyo en el silencio, no es una plegaria, no… entonces, qué será ¡oh, gran amigo!… empecemos, que ya se nos hace tarde: aquí te entrego esta masa de palabras.

 

Amanecía, el sol empezaba a iluminar las praderas. La muchedumbre apenas despertaba entre el traqueteo de los primeros mozos que aunaban hacia los cotos. Gorjeaban silfos y ondinas, todo parecía un mitin de ínclitos personajes, y he aquí que se empezó a elevar un conspicuo grito de libertad. Como suele suceder en todas partes, existen ‘mandamás’ que soslayan el derecho del campesino, el obrero, operarios, jornaleros, braceros y peones. Sépase que, gracias a ellos logran recolectar la cosecha y aún así, descargan su odio desenfrenado, exigiéndoles a trabajos pueriles y en condiciones precarias. Ahí, hacen entrada figurines, cual más a su estilacho, también, damas exuberantes semidesnudas. Ahí, se ve el escarnio y el desprecio, ahí… el vivo infierno.

 

Mi querido amigo, ya lo ves, ¡cuánto delito a nuestros ojos! ¡Cuánto sufrimiento! Pongámonos a pensar, ¿qué será de ellos sin nosotros y viceversa? Es momento que las diatribas derriben libelos e invectivas. ¡Basta de soflamas y arengas! Pues, de palabras no vive el hombre; necesita tomar acción y que, a la vez se reconozca su labor.

 

Es cierto honorable amigo. La gente está despertando y hasta desechan alocuciones, sin embargo, el amo sigue insistiendo en peroratas. Cada día descubre formas en su sórdido cerebro para oprimirlos y avasallarlos. Ahora es el momento de reivindicar los derechos. En las afueras de los pueblos, el inframundo y dentro de estos la perfidia, la envidia, la avaricia, la codicia, la mugre y la alevosía. En fin, la gente es doble cara estimado amigo, yo solo recomiendo tratar de desenmascararlos y así, alejarlos. Sucede que, en mis años mozos fui mayordomo de una hacienda, eran rígidas las normas, todos se quejaban frente a la miseria que se les pagaba, asimismo, por la comida. En este caso, no había quien les hiciese este servicio a lo que ellos operaban. Muchas veces la comida se descomponía y viéndose en aprietos solicitaban mediante misivas provisiones al caudillo… pero, nunca obtuvieron una respuesta positiva. Cansados de trabajar, día y noche al jornal y al ordeño, decidieron alzar sus voces contra el hacendado.

 

Era de imaginarse estimado amigo, yo también estaba de acuerdo, porque aún siendo capataz, él me consideraba como un espolique más. Injusto, pero qué le hacemos mi amigo: somos anejos o subalternos del dinero. La gente acaudalada no tiene conmiseración con el pobre. Entonces… para no hacer largo este cuento, ellos, los más probos e integérrimos se levantaron en protestas durante dos semanas. Al ver la rebelión incesante de los trabajadores, el monarca accedió a todas las súplicas prometiendo realizar nuevos ajustes salariales y mejorar las condiciones en la faena. Desde ese día, como suele pasar en los relatos de hadas, la hacienda cambió… y yo… yo ascendí de cargo, pasé de mayordomo a asesor del plutócrata y terrateniente. A veces, sirve fingir que somos ‘mentecatos’ para descubrir la verdad, pues hay otras que son innecesarias. Uno decide apreciado amigo su camino poniendo en marcha las ideas, y lo mejor de todo; lo mejor de todo, demostrando lo que somos sin bajar la guardia.

                                     Samuel Dixon