Vengan ahora
ensueños de hielo y luna,
heraldos de soledades infinitas,
a disparar los dardos curvos
que atraviesan la ternura
y la dejan temblando,
como un río bajo el hielo.
Vengan ahora
sonatas que nadie escucha,
escalas de fusas remotas,
a zurcir los versos rotos
donde se anudan
los nudos de la memoria.
Vengan ahora
celadores de la noche etérea,
podadores del ramaje absurdo,
a sembrar las bellotas grises
que en la raíz del sueño
crecen como brasas dormidas.
Vengan ahora
incendiarios de las tardes rojas,
domadores de la espera sin fin,
y tejan con hilos de sombra
la bufanda de esa odisea
atada al cuello del destino.