Patricia Aznar Laffont

Viaje y remordimiento (cuento a dos manos) por Beto Brom y Patricia Aznar Larffont

 

 

Ya desde horas tempranas, ese martes, y para colmo trece, recordó el dicho popular...°martes trece no cases ni te embarques°.
Era soltero, mejor dicho solterito y sin apuros, y en cuanto a un viaje no estaba, por el momento, en sus planes.
O sea que aquél viejo y gastado refrán lo ignoró, aunque algo le repiqueteaba en la mente...y de sopetón, a semejanza de una lluvia de verano, apareció el motivo...había solicitado permiso para visitar a Carlitos, su amigo del alma, alojado en la Establecimiento Penal Regional, cumpliendo una condena de dos largos años, acusado de haber atropellado a un ciclista, mientras manejaba de noche, tomado de copas; después de una semana de cuidados intensivos, la inocente víctima falleció. El juicio fue rápido y el veredicto cayó como una bomba sobre su amigo.
Una vez por mes, llegaba para estar con él, pasaba allí una escasa hora, charlando, intercambiando recuerdos y planes para el futuro próximo.

Se preparó para el viaje, que duraría más o menos dos horas. La cita estaba  estipulada para las doce del mediodía. Alcanzó a pasar por el supermercado para comprar unos productos para llevar a su amigo, y cerca de las nueve y media, partió.

El joven no presentía, no percibía lo que ese viaje produciría en Carlitos y en él.

No quiso usar el automóvil, cosa muy extraña en él.

Eligió viajar en tren, ese galope antiguo, el  balancear al compás de las curvas o rectas mirando bellos paisajes,  el destartalado ruido  de los vagones que ronronean sonidos  que a algunos exasperan pero a otros les produce algo de singular  sueño, los recuerdos de su infancia en el tren que iba desde Buenos Aires a Mar del Plata, hicieron que no dudara en su elección.

Sí, martes trece, no te cases ni te embarques, pero era sólo un refrán y apretar entre sus brazos a su amigo Carlitos, fueron tales incentivos, que con la bolsa del supermercado cargada de ricas medialunas, fiambres y panes, bebidas permitidas en la Prisión, se encaminó hacia la plataforma del tren en donde en menos de dos horas ya estaría almorzando con su amigo querido.

Pero repetimos, lector, él ni su amigo podían, imaginar ni suponer, lo que ese viaje sería para ambos. Marcaría quizás, el resto de sus vidas.

Mientras se acomodaba en su asiento en la primera clase, hizo lo propio una elegante mujer en frente de él, le regaló una sonrisa forzada, se ubicó en su lugar y como si reanudara un conversación interrumpida, dijo...

  -Usted no llega hasta la estación final, se baja una antes...¿verdad?

Ya de entrada llamó su atención el hecho que el único equipaje que traía era un lujoso portafolio de ejecutivo, que sin duda hacía juego con su vestimenta, que no era de última moda pero era fina, y le otorgaba ese aspecto de mujer respetable.

  -Buenos días, ¿la pregunta va dirigida a mi?

  -Por supuesto, estamos nosotros dos, sentados frente a frente, ¿a quién sino?

  -¿Y en base a que su pregunta, o es que está haciendo un reportaje, así de imprevisto?

  -Escúcheme señor, con seguridad usted viaja para visitar a...- abrió el portafolio, sacó una pequeña carpeta, y leyó- el convicto Carlos Segov, quien cumple una condena por haber matado a un ciclista, pues tenga cuidado con sus respuestas pues cabe la posibilidad de que dicha visita sea anulada.

  -No me diga...que mal chiste...solicité hace un mes la visita y fue aprobada y así se me informó. Ahora, si tiene a bien dejarme de molestar o me veré en la necesidad de protestar ante el camarero sobre su actitud.

  -Parece que no me entendió, y por lo tanto, le comunico, que tal encuentro con el convicto ha sido suspendido, desde preciso momento. Y esto lo podrá comprobar usted mismo cuando llegue al Establecimiento Correccional, en su lugar, evitaría el trastorno y volvería de regreso a la capital.

El contrariado y malhumorado pasajero, se levantó y llamó en voz alta al encargado, -¡NECESITO AYUDA, ME ESTÁN MOLESTANDO!

Su grito resonó en el vagón casi desierto.
Sólo él y esa mujer que lo miraba fijo creyó que por ella era escuchado.
Pero no fue así, algo tenebroso, misterioso sucedió en ese momento.

El vagón fue embestido por vientos huracanados, temblores en sus maderos y sintió algo borroso, inasible que estallaba dentro de sí.

Antes de casi desvanecerse vio en sus sueños a aquel gato negro que de izquierda a derecha también con sus ojos amarillos le taladraba  las pupilas, en sus constantes pesadillas... vio un  laberinto, vio un túnel que en el espacio lo nombraba, lo llamaba, vio entre nieblas su propia vida y olvidó por momentos su propio nombre.

Los maderos del vagón, en esquirlas lacerantes se lanzaron hacia su cuerpo
y en heridas sangrantes buscó sin entender el porqué ese viejo y añoso espejo que siempre su vista negaba.

Se sintió por momentos un dios y también sintió el maleficio que por vidas pasadas era su propio karma.

Tendido en el suelo del vagón pudo respirar por momentos.
Su razón se perdía, no sabía ya en donde estaba.
Revolvió desesperado la bolsa del supermercado: no existía, no había nada.
Temblaba, no sabía, no entendía.

No hubo guardia o seguridad alguna que pudiera asistirlo.
Sus ropas rasgadas por los vientos y huracanes que demolían el tren sin causa que comprendiera, lo dejaron desnudo y alcanzó a ponerse de rodillas.

La mujer había desaparecido.

Y dudó también de su existencia. Dudó de él mismo, dudó de todo lo cognoscible.

Y entonces sucedió el hecho que sus frecuentes pesadillas nublaba su mente: apareció el espejo legado por alguien que no recordaba.

Sabía que lo había guardado en un recóndito cajón de de su cuarto.  
Pero allí en dimensiones dantescas estaba.

Mientras el endiablado vagón parecía tener vida propia. Entre tumbos y delirios se atrevió a levantarse quebrado de dolor en su cuerpo desnudo y con su mente en estado delirante.

Se vio a sí mismo y las emociones,  los recuerdos retornaron…

Escuchó la temible voz de trueno del vagón que lo incitaba a poner fin a tan siniestra situación.

Y sucedió, por fin...
Miró a su figura en el espejo y se vio, tal como era.

Recordó su nombre.

El tren siniestro le gritaba que lo dijera en voz alta, que lo gritara, mientras lo sacudía, lo mareaba.

Creyó que no podría hacerlo pero  la fantasmal situación debía tener un punto final antes que lo destruyera.
Entonces con un hilo de voz lo dijo:
Dijo:

   • ¡Yo soy Carlos Segov!, el responsable de la muerte de un ciclista. Culpable de homicidio. Culpable de negligencia.
¡YO FUI!,  no el otro Carlos, mi amigo encarcelado.

- ¡Más fuerte!- dijo el  vagón destruido por fuerzas extrañas.
 
Y lo repitió una vez, dos, diez veces en aullidos de culpa, hasta que el tren comprendió que había cumplido su misión.

Carlos Segov se encontró  de pronto desmayado en su vivienda, pero sus pesadillas continuaron.

¿Llegó Carlos a ver a su amigo Carlos?

¿Quién existía y quién no? ¿Realmente existía su amigo Carlos o sólo era una proyección de sí mismo?
 
¿Fue una pesadilla o un hecho fantasmal que había sido en  una realidad paralela?
Eso es algo que nunca se supo ni se sabrá.

Mientras... un recluso continúa esperando la llegada de su amigo, que le prometió visitarlo.

*/*/*/*/


Autores:
Patricia Aznar Laffont (Argentina)
Beto Brom (Israel)