Raiza N. Jiménez E.

Una Madre.-

Allá va una madre, vestida de blanco anda.
Allí va, camina, errabunda y llorando afligida.
No precisa del negro luto, va de blanco vestida.
llorando está y respeto, para su dolor, demanda.
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Las entrañas de su materno ser, ayer se le han ido.
Él un hijo, su hijo, ese hijo que vio crecer en su seno.
 Para Ella, su lindo capullo sin florecer, su hijo querido.
Él, ingenuo, se fue sin avisar, era un  hombre bueno.
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Pasan los años y, el hijo como nunca, presente está.
Junto a un dolor profuso, en su corazón, allí vive Él.
Ella sabe que Él está acá, por eso, jamás regresará.
En cada día y fecha, los sollozos se asoman a tropel.
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La comprometida madre, con su blanco rebozo, llora.
El vivo recuerdo, la consuela, en medio de su llanto.
Es diáfano y sobrio, el atuendo elegido, para, el ahora.
Su llanto no cesa y seca sus perlas, con el níveo manto.
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Reza e implora y levanta los ojos al cielo, en plegaria.
Vencida, ante Dios, le deja en encomienda a su hijo.
Ya, más calmada y resignada, lleva su pena, solitaria.
Ella sabe que, en su vida, Dios, mil veces, lo bendijo.
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¡Aquel que ha visto a una madre, con el peso de un duelo,
sabe que, acá en la tierra, Ella necesitará de un consuelo!