OSCAR LUIS GUZMAN

Xochitl de mi Terruño (c)

 

Las bellas hembras de mi lejano Anahuac,

¡Como las extraño!

Emergen en mis sueños diurnos

cual manojos de cuetlaxochitl[1]...

 

En mi tierna aurora, bañadas de rocío

reaparecen, grabadas en mágicos recuerdos

de un diáfano rocío en aquellas primaveras

de mi lejana juventud en el Ajusco[2].

 

Llegan súbitamente a brindarme un calor

tibio y sereno, llegan a perfumar mi almohada.

Son la oferta floral para los dioses de mi tierra:

Bellas por dentro y hermosas por afuera.

 

¿Quién de ellas fuera? ¿Quién fuera parte de ellas?

Xopilli[3] las creó para enmarcarlas en su floricanto

Y adornar el jardín de Xochiquetzal[4]

en la gran Tenochtitlan[5] de mi encanto.

 

Ahí encontré a la musa de mis sueños,

Xóchitl Citlali, la hermosa flor de mi vergel florido…

A quien tanto anhelé contemplar en mi regazo;

Para entregarle mi vida y anidarla en mis brazos...

Y poder como incauto jardinero, en su cálido vientre

con la magia de ilhuitl, cultivar todos mis descendientes.

 

Quise con mi guitarra tocar la más tierna melodía;

Y adormecer sus ojos con el sueño ineludible del amor…

Y quise también gozar de la delicia

de las tibias caricias de sus frágiles manos,

Disfrutando el calor de sus albricias,

sin saber, ni preguntar el porqué de mi hado.

Solamente gozando, igual que los dioses del Anahuac

Los que presumen diestramente conocer la mágia del amor.

 

*