racsonando

¡Códices del bien!

 

¡Predicador! “buenos días”

¿Observa usted las palmas de mi mano?

Tienen sus líneas y un horizonte

entre lo próximo y lejano.

La levedad del alma es un arcano,

sírvase usted dispensarme… ¿buenos augurios?

 y a disposición su cóctel de verdades.

¿Qué me garantiza si discrepo de mi hermano?

prefiero fabulaciones fantásticas,

 en lugar de piadosas mentiras.

Las concubinas de mis acciones

 pastorean su agenda de parvularios,

las manos menesterosas, son hijas sacrificadas,

vasijas de barro y monedas de don boticario,

enamoradas secretas,

 negociantes de metrallas sin garantía,

 algunas de ellas portan pistolas que laceran

los cuerpos y suman las almas en sus alcancías.

“Predicador” ¡buenos días!

Usted bien sabe unos cuantos secretos,

de esos que suelen causar abundantes risas

entre las bocas sedientas de la presunción;

gozan, disfrutan, se mofan, y lo que es peor…

somos peones burdos en el laberinto de su ascensión,

(cosas extrañas se escuchan)

pero el caso es que en la espiral de su fructífero caracol;

“en ese tortuoso camino”, cosa que da risa…

peón es peón.

Predicador, ¡no se ría usted!

Tengo manos antiguas,

manos mutiladas,

manos exiliadas,

mis manos no son mis manos

tienen clavos guardados de una antigua crucifixión.

“Predicador” “¡Tenga un gran día!”

No soy su digno beato,

mas, pongo en su Santa fe, este acto de contrición,

entrégueme su piadosa absolución.