Alexandra Quintanilla

Hombre pequeñito

Qué vas a hacer
hombre pequeñito.
Vas a marcar a todas como putas
hasta que no quede invicta ninguna excepto tu madre.
Que del mismo acto que las acusas 
fue formado tu aspecto, color y sangre.
 
Qué vas a hacer
hombre pequeñito.
Después que te des cuenta de que no son las mismas mujeres perfectas
que te figuras en las historias que tú mismo te cuentas cuando la luna mengua 
y tu cordura pierde la brújula del sentido lógico de las cosas.
Solo hay mujeres de piel y hueso
con perfectas imperfecciones que sudan arte y paren vida.
 
Pero…
Qué vas a hacer tú,
hombre pequeñito,
hombre chiquitito,
hombre diminuto.
¿Podrías decirme?
Antes de creer que el orgullo se engrandece en la cama
deberías pensar que ellas pueden llegar a algo más grandes,
a volar más altos parajes que a la sola aspiración de flotar en tú orbita tétrica y descoordinada.
 
No te has dado cuenta de que su definir no es el vago y hueco sexo en el que las conceptualiza tu imaginación muerta y boba,
si no el pensar vivo que inmortaliza la conjugación de su razón con su sentir.
Esa bella y grata libertad de pensamiento capaz que decide entre vos y su sensata libertad.
 
Qué vas a hacer 
hombre pequeñito.
Deberías quizá, 
bajar un par de dos grandes gradas de la cúspide orgullosa que en tu incoherencia construiste.
Que de no ser por ella seguirías sintiendo ese nudo absorbente y miedoso del que solo le hablas a la nada y solo en la nada podés definir como incapacidad e incompetencia.
 
Los hay más “dotados”,
con mejores bolsillos,
con más intelecto.
Los hay con más tiempo,
más sabios,
de mejores aspectos.
Con mejores artes,
tocan sus mejores tempos.
Pintan mejores parajes que el frío y el viento.
Pero sobre todo,
Los hay con mejores carismas.
Mejores amadores de los otros más que de ellos mismos.
Los hay y las hay,
de todas formas.
 
Pero qué vas a hacer tú, hombre pequeñito.
Vas a fingir que te ganaste el trono de los perdedores y,
vas a ir a contárselo a todos tus “admiradores”.
Vagos y torpes, igual que tu pequeñez.
 
Y ellas…
La prudencia quizá por un tiempo las resguarde del decir ajeno y el pensar social 
que no es más que un resumen que se encapsula en la absurdidad del tiempo perdido.
Hasta que vengan mejores horas y redescubran que la identidad y el ser no es un canon que la sociedad impone, sino un reflejo real y honesto que solo se puede encontrar en el espejo en soledad y a conciencia.
 
Qué vas a hacer
hombre pequeñito,
Cuando te des cuenta de que las palabras que vas gritando de calle en calle no son bombas atómicas
si no apenas balbuceos de un tonto enardecido que se consume diario así mismo.