Nitsuga Amano

El atardecer del olvido

En la nebulosa de su paso efímero,

en el abismo de mí vacilante,

su sombra se erigía, oscura y temblorosa.

El no venció a la luz del sí,

sino que la eclipsó en su danza incierta.

 

 

No intuí su partida, oculta y esquiva,

pues su adiós se desvaneció en el eco del olvido.

 

 

Fue un suspiro en el viento,

un susurro apagado entre los pliegues del tiempo.

En mi piel, rozó como un suspiro leve,

disolviéndose en la fugacidad del horizonte.

¿Cómo fui tan ciego ante su partida?

Sus pasos enmudecidos tejieron su desvanecer,

y yo, espectador inerme, fui testigo del adiós ignorado.

 

 

Sus huellas, delicadas como pétalos de acuarela,

se difuminaron en mi ser, como sueños desvanecidos.

Un vaivén de palabras suspendidas en el aire,

sin destino ni rumbo, navegando en la bruma.

Y en la penumbra de los recuerdos dispersos,

busco las señales de su presencia huidiza.

 

 

En el murmullo del tiempo, en el suspiro del silencio,

siento su eco latente, latiendo en mi oscuro abismo.

Un latido taciturno, adormecido como el viento nocturno,

que aún susurra su nombre en mi añoranza eterna.

Pero ya no está, su sombra se diluyó en la nada,

dejándome con el eco del vacío y la ausencia.

 

 

Fue un destello fugaz en la oscuridad infinita,

un resquicio de eternidad que se desvaneció sin aviso.

Su marcha, sutil como un suspiro etéreo,

me dejó huérfano de su presencia efímera.

En cada suspiro, en cada latido,

resuena su esencia, entrelazada con la melancolía.